A 25 años del genocidio en Ruanda: atrapados en una espiral de violencia extrema

Veinticinco años después de la terrible violencia y genocidio en Ruanda, presentamos una mirada retrospectiva de los eventos que atestiguamos, en los que frecuentemente estábamos en las líneas del frente, y la asistencia que nuestros equipos proporcionaban en aquel entonces. 
Desde principios de abril de 1994, los equipos de Médicos Sin Fronteras atestiguaron y se enfrentaron a una violencia extrema en la región de los Grandes Lagos de África, que cubría a Burundi, la República Democrática del Congo (en aquel entonces, Zaire), Kenia, Malawi, Ruanda, Tanzania y Uganda. La violencia incluyó el terrible genocidio de los tutsis en Ruanda.

Contexto

Durante el periodo comprendido entre 1994 y 1997, los equipos de Médicos Sin Fronteras que brindaron asistencia, en medio de un contexto de violencia extrema y matanzas a gran escala en la región de los Grandes Lagos, se encontraron con una sucesión de situaciones sin precedentes. Antes de eso, los equipos se habían desplegado principalmente en los campos de refugiados y centros de salud que se encontraban a cierta distancia de los combates y las masacres. Cuando se puso en marcha el genocidio contra los tutsis ruandeses, los equipos de MSF en Kigali y otros lugares del país presenciaron las primeras ejecuciones. Casi 200 integrantes del personal ruandés de Médicos Sin Fronteras fueron asesinados, algunos de ellos frente a sus colegas. Cuando los equipos de MSF finalmente lograron reunir los recursos necesarios para comenzar una intervención de ayuda (en este caso, un proyecto quirúrgico), los pacientes fueron asesinados ante sus propios ojos o unas pocas horas después de que se fueron.

Después de su derrota militar en el verano de 1994, los perpetradores del genocidio se retiraron a Zaire, tomando la misma ruta de cientos de miles de hutu ruandeses que huían de su país porque habían sido amenazados o temían las represalias de la rebelión. Los integrantes de MSF no solo tuvieron que lidiar con un desastre sanitario provocado por los efectos combinados del cólera y la disentería, sino también con la violencia cometida por los milicianos que tomaron el control de los campos. En 1995, al ver que la ayuda humanitaria se estaba desviando en beneficio de los perpetradores del genocidio, la asociación tomó la decisión de suspender su trabajo en los campos en Zaire (ahora República Democrática del Congo). Estos campos fueron atacados por el recientemente formado ejército de Ruanda y por sus aliados congoleños. Los refugiados hutu fueron perseguidos, a menudo incluso durante cientos de kilómetros, y posteriormente ejecutados. Los equipos de Médicos Sin Fronteras, que fueron cada vez más vocales al denunciar estas atrocidades, a veces sirvieron de cebo para incitar a los refugiados a salir de los bosques donde se escondían.

Bajo estas condiciones, y ante el genocidio y los crímenes en masa, ¿cómo reaccionaron los equipos de MSF? Pidieron una intervención militar, condenaron una situación inaceptable, se quedaron en campos donde la ayuda fue mal asignada y evaluaron los riesgos de ayudar a las personas amenazadas de muerte.

Estas fueron las diversas situaciones con las que los equipos de Médicos Sin Fronteras tuvieron que enfrentarse en el terreno, y durante las discusiones internas que se presentaron dentro de la organización.

 

Cronología de los eventos

Médicos Sin Fronteras comenzó a trabajar en Ruanda en 1982. En octubre de 1990, estalló la guerra civil y las fuerzas armadas del Frente Patriótico Ruandés (RPF), integradas por tutsis nacidos en el exilio y basados en Uganda, entraron en Ruanda desde el norte. Buscando derrocar al gobierno del presidente Juvénal Habyarimana, fueron detenidos por las Fuerzas Armadas de Ruanda (RAF).

El gobierno ruandés, respaldado por Francia y Zaire, evitó ser derrotado por poco. Se iniciaron las conversaciones de paz sobre el reparto del poder y el regreso de los ruandeses exiliados al país y, en 1993, el gobierno de Ruanda y los representantes de las RFP firmaron los Acuerdos de Arusha. Sin embargo, los Acuerdos nunca entraron en vigencia. El 6 de abril de 1994, el avión que transportaba al presidente Juvénal Habyarimana fue derribado durante su descenso a Kigali.

Cuando comenzaron las masacres, los equipos de Médicos Sin Fronteras se desplegaron en casi todas las prefecturas de Ruanda. Entre 500,000 y 800,000 tutsis y numerosos hutu que se oponían a la masacre fueron ejecutados en solo 100 días.

 

En medio de un genocidio

Con frecuencia confinados en sus hogares por razones de seguridad, a partir del 7 de abril los equipos de MSF fueron testigos de la violencia perpetrada contra la población. Cuando intentaron ayudar a sus vecinos en las casas cercanas, los milicianos los amenazaron y ordenaron a los Tutsis que se entregaran. Por ejemplo, en Murambi, una ciudad a unos 20 kilómetros de Kigali, milicianos armados con palos y machetes asesinaron a un hombre justo frente a varios voluntarios de MSF.

 

 

Los equipos de MSF intentaron salir del país, pero el ejército se negó a permitir que el personal tutsi se fuera y los obligó a regresar. Los complejos de MSF fueron saqueados y atacados, y el personal se dividió en dos grupos; como en los campos de refugiados burundeses en la prefectura de Butare, donde personal tutsi de MSF fue ejecutado por sus colegas hutu que, al estar amenazados de muerte por el ejército y los milicianos, no tuvieron más remedio que obedecer.

Ante la inseguridad generalizada, los enfrentamientos entre las Fuerzas Armadas y las Fuerzas Patrióticas, las ejecuciones en masa en Kigali y tras haber intentado, sin éxito, implementar un plan de respuesta de emergencia, el 11 de abril los equipos de MSF se retiraron por vía aérea. En solo unos días, miles de personas fueron ejecutadas.

El 14 de abril, un equipo de voluntarios experimentados regresó de Burundi, el país vecino, a la capital de Ruanda para establecer un proyecto quirúrgico. El Hospital Central Universitario de Kigali, que debería haber sido utilizado para tratar a los heridos, se convirtió en un matadero donde los perpetradores del genocidio iban a realizar ejecuciones. Posteriormente se tomó la decisión de abrir un hospital de campaña bajo la coordinación del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).

La ayuda humanitaria consistió principalmente en transportar a los pacientes que necesitaban cirugía al hospital de campaña, y proporcionar tratamiento médico en lugares donde las personas en peligro se habían refugiado. Pero estos lugares (orfanatos, escuelas e instituciones religiosas) fueron visitados de manera rutinaria por las fuerzas genocidas que asesinaban a los sanos y los heridos, a menudo poco después de que los equipos de MSF se habían ido. Las casas cercanas se agregaron al terreno del hospital de campaña que se convirtió en un lugar de refugio, donde los heridos que lograban llegar a él pudieron recuperarse con relativa seguridad. Pero mientras los soldados y milicianos buscaban en los vehículos del personal de ambulancias que iban hacia Kigali para ayudar a quienes habían sido atacados, era prácticamente imposible transportar a los hombres tutsi. También fueron necesarias negociaciones agotadoras sin fin para poder trasladar a las mujeres y niños tutsi.

Durante varias semanas, los equipos de MSF evaluaron caso por caso el panorama y los riesgos de transportar a los heridos en una ciudad cercada por los enfrentamientos. Continuaron atendiendo a los pacientes heridos en Kigali y haciendo lo posible para albergar a cientos de personas en su hospital de campaña que se encontraba rodeado por una máquina genocida.

El 4 de julio, las RPF tomaron Kigali y derrotaron a las fuerzas militares gubernamentales. Alrededor de 500,000 y 800,000 personas fueron exterminadas, 200 eran integrantes ruandeses de Médicos Sin Fronteras.

 

Rompiendo el silencio

Durante las semanas posteriores al asesinato del presidente Habyarimana, los equipos de Médicos Sin Fronteras que todavía se entregaban en el terreno especulaban sobre la magnitud de las masacres perpetradas. Los refugiados que entraban a los países vecinos hablan de matanzas selectivas y a gran escala. Enfocándose en lo que podían hacer para salvar vidas, incluyendo las suyas, solo a su regreso a Ruanda en abril, algunos integrantes del personal de MSF se dieron cuenta de la magnitud de las masacres. Para empezar, como la presencia de la asociación en el país se limitaba a las prefecturas de Kigali y Butare, la percepción que tenía MSF sobre lo que se estaba desarrollando era algo escasa.

Los equipos de MSF en Kigali dejaron que el CICR manejara la comunicación. Abandonando su reserva habitual, basada en el principio de neutralidad al que también se adhieren las organizaciones internacionales de ayuda humanitaria, el CICR condenó “una matanza sistemática”, pero sin ir tan lejos como para hablar de genocidio. Mencionado por primera vez en discusiones internas en MSF el 13 de abril, el término “genocidio” se usó más explícitamente después de las masacres en Butare diez días después. Lo que ocurrió en la prefectura, hasta entonces relativamente ilesa, no dejó ninguna duda. Las masacres fueron perpetradas en una escala masiva.

Aunque Médicos Sin Fronteras denunció el genocidio en sus Comunicaciones -aunque en un principio no de forma consistente- una cuestión de importancia fundamental causó mucha angustia dentro de la asociación. ¿Sería deseable la intervención de la comunidad internacional? ¿Qué se lograría? La principal preocupación de los equipos era rescatar a los tutsis y a quienes se oponían a su matanza y aún podían ser salvados. MSF decidió hacer más para asegurarse de que su voz fuera escuchada.

 

El 16 de mayo, el jefe de operaciones de MSF en Kigali regresó a París. Criticó al gobierno de Francia en una importante estación de televisión francesa y cuestionó su responsabilidad en los eventos que se desarrollaban en Ruanda. Sin embargo, una reunión celebrada tres días después con los directores de la “Unidad de África” de la presidencia francesa no arrojó ningún resultado tangible. El gobierno francés no estaba preparado para ejercer presión sobre sus aliados ruandeses para poner fin a los asesinatos.

Una editorial publicada en el New York Times el 23 de mayo, en el que se hacía un llamado al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a intervenir, se encontró con una respuesta similar. En realidad, eran pocas las fuerzas de paz de Naciones Unidas desplegadas en Ruanda, pues no tenían el mandato necesario para influenciar el curso de los eventos. El 21 de abril, sus números se habían reducido a un 10%, 270 personas, era insuficiente para garantizar la seguridad de las intervenciones humanitarias para asistir a los heridos. Además, la petición del secretariado general de Naciones Unidas por una intervención militar también fue desatendida.

Después de un mes de declaraciones públicas, en que se pidieron respuestas y en que no hubo una respuesta concreta de la comunidad internacional, Médicos Sin Fronteras decidió realizar una conferencia de prensa para desencadenar una intervención de la ONU. La organización no fue ambigua en su demanda por el despliegue de tropas militares en Ruanda, y aseveró que “no se puede detener un genocidio con médicos”. El 18 de junio de 1994, con el apoyo de Senegal, Francia lanzó la Operación Turquesa. Las tropas desplegadas en Ruanda tomaron progresivamente el control del suroeste del país, el Frente Patriótico Ruandés al noroeste y el gobierno interino formado después de la muerte de Juvénal Habyarimana fue derrotado. Los perpetradores del genocidio estaban perdiendo la guerra, pero la intervención militar de Francia les dio rienda suelta para huir a Zaire y asumir el control de los campos de refugiados.

 

Campos de refugiados ruandeses en Zaire

Ya en julio de 1994, cientos de miles de refugiados comenzaron a huir de Ruanda por temor a las represalias o porque habían sido amenazados por las autoridades genocidas. Entre estas poblaciones que huían, tres cuartas partes de ellas mujeres y niños, eran los responsables del genocidio o sus perpetradores, soldados y milicianos, algunos de ellos cuales estaban fuertemente armados. Se iniciaron operaciones de ayuda humanitaria, algunas de ellas por Médicos Sin Fronteras, cuyos equipos estaban presentes en todos los países que comparten una frontera con Ruanda, para ayudar a los refugiados.

Una vez en Zaire, los refugiados se reunieron cerca de la frontera y alrededor de ciudades como Goma, Bukavu y Katale en Kivu Norte y Sur.

 

Los equipos de Médicos Sin Fronteras describieron la situación médica y nutricional como catastrófica. Las epidemias de cólera, disentería y meningitis diezmaron a los refugiados: casi 50,000 murieron durante el primer mes posterior a su llegada. En los centros de tratamiento de cólera establecidos y administrados por MSF, hubo días con más de 1,000 admisiones. Los equipos implementaron numerosas actividades como la vacunación, el equipamiento de hospitales, la realización de encuestas y la distribución de raciones secas a niños menores de 5 años. La tasa global de malnutrición aguda en este grupo de edad con frecuencia llegó a superar el 21%.

MSF proporcionó su respuesta de emergencia en medio de un ambiente de tensiones crecientes. Los equipos tuvieron que evaluar su trabajo caso por caso, de acuerdo con las necesidades de los refugiados y las amenazas planteadas por la presencia de soldados del antiguo ejército ruandés y los milicianos que ejercían el poder en los campos. Hubo cada vez más incidentes de seguridad y los equipos de la asociación se convirtieron en un objetivo de amenazas alimentadas por rumores y campañas de propaganda infundadas. También vieron con sus propios ojos la violencia cometida contra los civiles.

Mientras tanto, la ayuda humanitaria estaba siendo malversada de forma masiva por los líderes extremistas, dejando a algunos refugiados sin ayuda. MSF estimó que casi una cuarta parte de los refugiados en el campo de Katale no recibían suficientes raciones de alimentos. Este contexto de violencia generalizada y malversación de la ayuda suscitó preguntas para los directores de Médicos Sin Fronteras y los equipos que brindaban asistencia en el campo. La ayuda humanitaria no estaba llegando a los más vulnerables y Médicos Sin Fronteras apoyaba involuntariamente un sistema militarizado dirigido por los perpetradores de genocidio. Dadas las circunstancias, surgió la pregunta ¿debería MSF continuar su intervención? La primera sección de MSF decidió retirarse de los campos de Zairia en noviembre de 1994, y las otras secciones siguieron su ejemplo en los meses siguientes.

 

Cazando y masacrando a las personas refugiadas

Los campos que albergan a cientos de miles de refugiados ruandeses en Zaire, sirvieron de base para que los soldados genocidas y los milicianos se reagruparan y lanzaran ataques mortales contra civiles en Ruanda. Las tensiones aumentaron entre las comunidades de habla ruandesa, algunas de ellas establecidas hace mucho tiempo en Zaire, y dieron lugar a una rápida sucesión de ataques y contraataques. Al mismo tiempo, se formó la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo-Zaire (AFDL) liderada por Laurent-Désiré Kabila. La AFDL unió fuerzas con el Frente Patriótico de Ruanda para lanzar una conquista territorial desde el este del país.

 

En octubre de 1996, la rebelión ya controlaba parte de Kivu Sur y brindaba apoyo a los ejércitos de Ruanda y Burundi para atacar los campos de refugiados de Ruanda. Durante las semanas siguientes, la situación política y militar cambió radicalmente en Kivu Norte y Sur. Las ciudades de la región cayeron una tras otra, y alrededor de 40 campos de refugiados en Goma, Bukavu y Uvira fueron atacados y saqueados. Cientos de miles de refugiados huyeron para escapar de la lucha y la masacre, algunos al interior de Zaire y otros a Ruanda. MSF evacuó a sus equipos de Zaire y los envió a Ruanda.

 

A principios de noviembre, Médicos Sin Fronteras lanzó un llamado público en el que pedía la creación de una zona segura para los refugiados, y la intervención de un ejército internacional. Muchas organizaciones y trabajadores de ayuda humanitaria en el terreno comenzaron a especular sobre si quedaban refugiados ruandeses en Zaire, o habían regresado todos a Ruanda. De acuerdo con algunas organizaciones, incluida la administración de los EE. UU., si no quedaba ninguno o había pocos, no era necesaria una intervención militar para establecer una zona segura. Otros organismos con información confiable, como Médicos Sin Fronteras, estimaron que 700,000 ruandeses seguían atrapados en Zaire. Finalmente, después de la presión de las potencias presentes en Ruanda, la AFDL y los países que les brindaban apoyo; el 14 de diciembre de 1996, Naciones Unidas ordenó que la fuerza internacional, que estaba dispuesta a intervenir, se abstuviera de hacerlo.

Los equipos de Médicos Sin Fronteras que trabajaban en el campo organizaron una respuesta de emergencia para ayudar a los refugiados que huían de los enfrentamientos. Establecieron puestos de salud e instalaciones para poder brindar atención a los hombres, mujeres y niños reunidos en el campo de Tingi-Tingi, ubicado entre Goma y Kisangani. A finales de diciembre de 1996, los equipos de MSF estimaron que había más de 70,000 refugiados en el campo, pero con el avance de la AFDL y el Ejército Patriótico de Ruanda (APR), la gente seguía llegando.

Las necesidades de los refugiados – particularmente la correspondiente a los alimentos-, eran inmensas, y esto creó tensiones con las organizaciones de ayuda humanitaria. Las tasas de mortalidad superaron el umbral de emergencia, en parte debido a la malaria y la desnutrición. En febrero de 1997 había más de 160,000 personas en el campo de Tingi-Tingi, que cayó ante las fuerzas de la Alianza a principios del mes siguiente.

Los refugiados, acompañados por población local que también huía de los enfrentamientos, volvieron a huir, esta vez al interior de Zaire. El objetivo de la ofensiva militar lanzada por la AFDL y la RPA fue tomar el poder en Kinshasa, asegurar el regreso de los refugiados ruandeses a su país y exterminar a todos aquellos que no se rindieron de inmediato. Decenas de miles de refugiados se escondieron en los campos y en los densos bosques a lo largo del ferrocarril de Ubundu a Kisangani.

 

La AFDL consideraba a estas personas como enemigos, y los equipos de Médicos Sin Fronteras que los ayudaron tardíamente se dieron cuenta de la gestación de un plan mortal. En abril de 1997, los soldados no solo estaban matando en masa a los refugiados, sino que también usaban a las organizaciones de ayuda humanitaria como cebo para hacerlos salir de su escondite. Algunos campos, como el de Biaro, quedaron vacíos. Cuando las organizaciones humanitarias pudieron acceder a ellos nuevamente, solo había unos pocos sobrevivientes entre los cadáveres.

Algunos de los sobrevivientes de la masacre tuvieron que caminar alrededor de 2,000 kilómetros, a veces entrando en la selva tropical en un intento por llegar al Congo-Brazzaville y escapar de la masacre. A pesar de las apelaciones y condenas de Médicos Sin Fronteras, se estima que cerca de 200.000 personas murieron durante la caza y la consiguiente masacre.

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