Cuando cruzar la selva del Darién es la única opción viable

MSF brinda atención a migrantes que cruzan la selva del Darién
De enero a noviembre de 2023, casi medio millón de migrantes han cruzado el Tapón del Darién, entre Colombia y Panamá. © Juan Carlos Tomasi/MSF

La cifra de las personas migrantes que han atravesado el Darién en 2023 alcanzó las 500 mil. Desde Médicos Sin Fronteras (MSF) alertamos que no hay atención ni respuestas suficientes a la crisis ni antes ni después del tapón.

Desde finales de abril de 2021, en MSF brindamos atención médica a la población en tránsito que llega a Panamá. Actualmente, contamos con puntos de atención en las dos ETRM de Lajas Blancas y San Vicente, y en la comunidad indígena de Bajo Chiquito.

Allí, de enero a octubre de 2023, realizamos 51,500 consultas médicas y de enfermería, incluyendo prenatales y postnatales. 18,000 consultas fueron a menores de 15 años y 888 a mujeres embarazadas. Además, brindamos 2,400 consultas de salud mental y atendimos 397 casos de violencia sexual, sobre los que lanzamos una alerta recientemente. 

Estos son algunos testimonios de personas que hemos atendido.

Yucleisy de Los Ángeles Rondón Blanco, venezolana, 24 años.

Viene de Ecuador. Va primero a Venezuela, y luego a Estados Unidos, cruzará por el Darién. Viaja con dos niños y su esposo (y otra pareja con niños que conocieron en el camino- Sigue el testimonio de Friangerlin). Entrevistada en Puente Rumichaca, frontera entre Ecuador y Colombia.

Vengo de Huaquillas (Ecuador, frontera con Perú). Emprendimos el viaje porque allá no nos daba para mucho. El arriendo, por las nubes. Teníamos que salir a pedir porque un día de trabajo no nos alcanzaba: solo nos daban 10 dólares por todo un día de trabajo o 15, si le haces otro redoble hasta las 2 o 3 de la mañana. Es un poco forzoso. Se nos hizo difícil ya hasta mandarle a los que tenemos en Venezuela. Por eso decidimos emprender este viaje a Venezuela a buscarlos a ellos y luego subir a los EE. UU. a buscar un mejor futuro, un mejor proyecto para los nuestros, porque nosotros ya no importamos, los que importan son ellos que van hacia arriba.

Salimos hace cuatro semanas. Nos ha tocado difícil. Hemos tenido que caminar mucho, ya casi no nos dan aventones por la cosa de que muchos de nosotros hemos jodido las cosas con nuestras malas palabras o nuestros malos comportamientos y lo pagamos los otros, los huevoncitos, que nos chuchean, nos tratan mal. A veces nos regalan comida, y usted no me está preguntando, pero abrimos la bolsa y la bolsa con gusanos. Es horrible. Por eso es que hay que ser fuerte a veces y seguir adelante. 

MSF brinda atención a migrantes que cruzan la selva del Darién
Yucleisy Rondón sostiene a su hijo mientras entra en Colombia por el puente de Rumichaca. © Juan Carlos Tomasi/MSF

 

Saliendo de Guayaquil nos amenazó un grupo de hombres a los que les dicen “los hinchas”. Nos dijeron que, si no les pagábamos, nos iban a quitar los bebés, pero nuestras parejas se revelaron y les dijeron que tenían que matarnos para quitarnos nuestras cosas o nuestros bebés. Estábamos en una plaza en Guayaquil, creo, y nos amenazaron hasta de muerte porque no les quisimos soltar los coches para que los hurgaran ni los bolsos ni nada. Fue un poquito rudo, pero diosito es grande y aquí estamos pa’lante.

Voy para Caracas porque tengo mis hijas allá, dos niñas, están con mi mamá. Y tengo que irlas a buscar porque no tengo como mandarles ahorita. Una tiene 7 y la otra 8. Yuriani y Elianyely. Tengo 4 años que no veo a mis hijas y no hablan conmigo por teléfono porque no les gusta, que esperan que yo llegue es lo único que me mandan a decir. No les he visto ni la cara.  

Sobre el Darién. He escuchado todo eso, del peligro que atravesamos, no por nosotros sino por los niños, las cosas malas que vemos en el camino, que hay hasta muertos. Pero qué podemos hacer, si tenemos que buscar un mejor futuro y bueno, seguir para adelante. 

Los niños preguntan por qué les hacemos esto. Dicen que ya están cansados. ¡Tantas cosas! Que cuando vamos a llegar, que no quieren dormir en la calle. ¡Son tantas cosas! La culpa la tenemos nosotros por no luchar por nuestro país y de migrar a luchar por otras personas… Nos acobardamos y buscamos un camino más fácil que a la final no nos salió tan fácil porque a mí se me mató un hijito de 2 añitos en Ecuador. Se me mató porque estaba lavando y no me percaté de que se había levantado y se me cayó en el tobo de agua y…. yo estaba sacando la ropa de la lavadora y no lo vi. Cuando lo fui a ver ya era muy tarde y ya no…

Así nos ha ido. Es un recuerdo muy feo que me va a quedar para toda la vida. Apenas tengo un año sin él y me echo la culpa porque si no hubiera salido de mi país quizá habría sido mejor y hubiera podido darle una mejor vida y que no se me hubiera ahogado así.

Aquí esto pa’lante porque sé que es duro. En Estados Unidos tenemos primos y mi esposo tiene una hermana allá. Dicen que nos vayamos que nos reciben allá.

 

Friangerlin Brochero, venezolana, 27 años

Salió de Guayaquil. Va de regreso a Venezuela y su esposo quiere ir luego al Darién. Está embarazada, es madre de 6 hijos, viaja con dos, su esposo ‘Will’ y la familia de Yucleisy.

Entrevistada en Puente Rumichaca, frontera entre Ecuador y Colombia.

Todo el mundo busca lo mejor para su familia. Y a veces piensas que te vas a encontrar con cosas buenas y no… te encuentras con humillaciones, con gritos; a veces te echan. Son pocas las personas que te ayudan y son buenas, no te voy a decir que no, pero más te encuentras con personas malas que con buenas. Uno hay veces que dura hasta tres días sin comer, viajando, caminando y caminando y caminando y caminando y caminando. En Ecuador trabajamos y el pago allá son 20 dólares, pero a nosotras nos pagaban 10 por el día. Eso no alcanza pa’ nada; para lo básico, pero no para pagar arriendo porque en 31 días son 310 dólares. Y te explotan porque desde la 6 de la mañana hasta las 11 de la noche. A veces Will llegaba a la 1 de la mañana, por 10 dólares, no es justo.

Yo vengo de Guayaquil, pero esto no es como todo el mundo piensa, como todo el mundo te lo pinta. Tú tienes que vivirlo. La gente dice “Allá tú vas tener…”. Eso no es cierto, aquí tú no tienes, aquí te humillan por tener lo poco. Hay muchos que prefieren vender chupetas (dulces), y de todas formas hay gente que no nos apoya. Y bueno… Mira cómo estamos. A este (señala un niño que duerme sobre un carrito de mercado) por lo menos lo han picado tanto los mosquitos, se le pone la cara morada del frío. Se le había hinchado la mano porque lo picó un mosquito, pero ya… la situación es muy dura. Yo ya quiero estar con mi familia. Ellos están en Venezuela.

Yo no quiero emigrar más. Mucho camino. Mucha discriminación.  A veces te encuentras con personas armadas. Habían matado a una mujer en el camión. Esos son traumas que tú vives. Muchas cosas pasan… al inmigrante… muchos abusos. Solo me ayudó una persona que era cristiana. Tengo 10 días viajando. Tengo una bola en la vulva de un golpe que me di, y así estoy caminando, embarazada.

Ya antes he pasado Chile, Bolivia, Perú, Colombia y si puedo, no quiero…para ponerlos a pasar problemas por ahí, no. Tengo 27 años, soy madre de 6 hijos. El primero lo tuve a los 14. Con él tengo 3 hijos, de los otros soy papá y mamá sola, Solo he parido uno en hospital, el resto en la calle. (Ríe). Afuera uno no tiene oportunidades de nada. Lo que hacen es explotarte, gritarte, humillarte y no lo veo… A Venezuela voy a volver a ver a mis hijos. Mi esposo quiere ir al Darién, yo no. No quiero atravesarlo sin tener nada seguro y después me devuelvan.

El único país en el que medio nos quieren es en Ecuador, pero ni Perú ni Bolivia ni Chile nos quieren, no nos dejan entrar. Tú puedes llegar hasta allá, pero en Perú te linchan. Por justos pagamos todos.

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Maricela llegó exhausta a la comunidad indígena de Bajo Chiquito, en Panamá, la primera que ven los emigrantes tras cruzar la selva. © Juan Carlos Tomasi/MSF

 

Naila Carolina Flores Martínez, venezolana, 36 años

Busca a su hijo en zona de conflicto en Colombia, espera volver a Chile después.

Entrevistada en Ipiales, Nariño (Colombia)

“Vine a Colombia porque mi hijo me llamó pidiendo auxilio. Me pidió que lo viniera a buscar. Él estaba acá al cuidado de mi hermana. Pero ya mi hermana no puede estar pendiente de él. Está embarazada y tiene riesgo de aborto. Ella tiene dos niños más y la situación es crítica. Mi hijo le dijo a mi hermana que estaba trabajando en una finca… Por eso me parece como que lo tuvieran allá secuestrado o algo así. Algún grupo sí, porque me dijo que él me estaba esperando y ya no se conectó más al Facebook, ya no hubo más comunicación.

Tengo angustia por mi hijo, por eso me decidí viajar desde Chile, donde llevábamos ya año y medio con cierta estabilidad. Vamos así, sin pasajes y sin nada. Le dije a mi pareja: acompáñame, necesito buscar a mi hijo. Agarramos una mula (camión de doble remolque) en Arica, antecitos de la frontera con Perú. Y en esa mula (camión de doble remolque) fue cuando me pasó el accidente.

Le dijimos al mulero (conductor) que se parara porque ahí era donde nos íbamos a quedar. Y él empezó a ir lento, y entonces yo me iba a bajar cuando arrancó de nuevo. Me enredé toda con el bolso que cargaba y me pegué con un palo (poste de la estructura del remolque) y me partí aquí (se señala la frente) y me caí por allá. Me tomaron seis puntos porque una señora humildemente me pagó un servicio médico privado. Pero mi esposo se lanzó también cuando yo caí. Y él tiró todas las maletas y se nos perdieron los documentos y un bolso que se quedó en la mula. También perdimos parte de la plata que habíamos ido consiguiendo. El señor nunca paró.

Mi esposo me dijo luego que la pierna no le daba, que la tenía encalambrada. Fuimos a pedir albergue (servicios de acogida gratuitos en la ruta), yo con mis puntos y él con la pierna así, encalambrada, y nos decían que no, que la prioridad es con niños, con mujeres embarazadas y con adultos mayores.

Vamos poquito a poquito, a veces pagando pasaje con la plata que hacemos vendiendo dulces por todas las calles. Pero cómo le dije: mi tiempo es oro porque otros cuatro hijos quedaron en Chile. Tengo una hermana allá, que los está viendo de lejos. Ellos quedaron con una persona chilena y ella me dio aproximadamente 20 días para estar con ellos. Así que voy a contrarreloj. Sobre todo, porque uno de ellos está ingresado en un centro de salud mental, es esquizofrénico.

Iremos hasta Venezuela y de ahí nos regresaremos a Chile, que tenemos estabilidad, los niños estudian, tienen atención médica. Nos han apoyado bastante allá. Pero primero pasaremos por Cúcuta (norte de Colombia, frontera con Venezuela) porque me dicen que dónde mi hijo está es en Cúcuta, por las montañas, por ahí por Ocaña, por ahí por esas partes. Yo desconozco dirección, yo desconozco… Yo voy perdida y la voluntad de Dios. Yo digo que él está metido en cosas de esas de raspar coca. O sea, que se lo llevaron como a trabajar en una finca inocentemente porque mi hijo no consume ni cigarrillo, tiene 17 años y no es consumidor de nada, es un niño sano sano.

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Durante su travesía por el Darién, los migrantes deben cruzar los ríos Acandí y Tuquesa. © Juan Carlos Tomasi/MSF

 

Keiber Bastidas, venezolano, 26 años

Migró primero a Ecuador con su esposa Daniela Díaz. Tuvieron dos hijos ecuatorianos. Viajan los cuatro. Va para Estados Unidos.

Entrevistado en la Estación Temporal de Recepción Migratoria de Lajas Blancas, Darién (Panamá)

Nosotros salimos de Valencia (Venezuela) hace cinco años hacia Ecuador. Yo tengo 26 años y mi esposa 25. En Ecuador hicimos una familia, nuestros dos hijos son ecuatorianos.

En Guayaquil vivimos cuatro años, casi cinco. Trabajé en delivery, pero lo que se podía comprar era muy poco, casi igual que Venezuela. Pensé mucho si volver a Venezuela. En Ecuador las personas ya no nos ayudaban. Ya no había trabajo y pasamos hambre. Los alquileres eran cada vez más caros: primero 100, después 150, después 200, hasta que no aguantamos más. Querían pagarnos 300 al mes y cobrar 200 de arriendo. Muy injusto. La comida no alcanzaba ni para 15 días. Siempre estaba uno endeudado. Y por eso tomamos la decisión de irnos.

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Keiber Bastidas y su familia esperan en la sala de MSF para ser atendidos. © Natalia Romero Peñuela/MSF

 

Desde Guayaquil empezamos a muliar (subir a camiones de doble remolque con o sin autorización del conductor) y a subirnos a todo lo que nos diera la cola; mula (camión de doble remolque) o carro, lo que fuera. En Ipiales (Nariño), el primer pueblo de Colombia, duramos varios días y con 10 dólares que teníamos comimos, no supimos de ningún albergue ni comedor. Un señor se compadeció y nos llevó hasta Cali (Valle del Cauca) en un carro Machito. De ahí nos subimos en una gandola hasta Medellín (Antioquia), que nos cobró como 30 mil pesos. En Medellín dormimos dos días en la calle, en un peaje. Nos quedábamos en el piso con una sábana. Y ahí nos decidimos a subirnos a una cementera hasta Santafé de Antioquia, un pueblo inolvidable con gente muy amable. Un señor nos vio esperando y nos dio 50 mil pesos para que comiéramos. Luego ‘muliamos’ hasta Turbo. En el camino nos dieron una carpa y 10 dólares. Allá llegamos a un parque que se llama La Bombonera y pasamos 13 días durmiendo con más de 100 familias ahí. En Turbo un señor me regaló 150 dólares para el pasaje. Gracias a Dios y a él estamos aquí.

De Turbo a Acandí (Darién colombiano) nos cobraron 160 mil por adulto más 150 dólares por la guianza, pero yo solo tenía 150 y otra familia 150, y por esos 300 nos llevaron a las dos familias. De la llegada al campamento Las Tecas nos llevaron en tricimotos. En Las Tecas nos quedamos una noche y empezamos a caminar después, cinco días.  Llevábamos sopitas rápidas y con la carpa que nos regalaron. Llegamos el viernes a Acandí y entramos el domingo a la selva. Antes de iniciar, todos los migrantes hicimos una oración.

El Darién es lo peor que he tenido que vivir en mi vida, no se lo deseo a nadie. Pensamos que iba a ser un poquito más fácil, pero de verdad es difícil; una experiencia demasiado inolvidable. Lloraba ella, mi esposa, y lloraba yo. Es que, si uno se caía ahí, se moría. Mi esposa no sabe nadar y lloraba cada vez que había que cruzar un río.  Duramos caminando cinco días por lo que vinimos con los niños. En el camino le ayudamos a una señora que tampoco podía caminar mucho.

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© Juan Carlos Tomasi

 

Hay un pedazo de la selva en donde está un tronco muy grueso en el medio del río. ¡Un tronco gigante! Y del otro lado cae una cascada que es bien honda. La gente tiene que lanzarse, amarrarse con mecate para pasar y algunos pasaban por la orilla de la piedra y se resbalaban. Después de que pasamos nosotros en esa cascada murió un señor.

Lo más pesado fueron los fangos de barro. Yo sentía que iba a dejar los dientes pegados ahí. Sentía que quedaba tieso con el niño y él se me dormía en los brazos y yo sentía los brazos muertos. Pasar los ríos me daba mucho miedo porque si se me caía, yo cómo hacía para de buscarlo así. Pasamos demasiados precipicios. Supimos de varios grupos a los que robaron, a nosotros no. Lo que sí es que tenemos todos los dedos pelados con llagas con sangre, entonces venimos aquí a que nos revisen y nos hagan curación. (Los niños lloran desesperados)

Yo no volvería a pasar esa selva porque la verdad es demasiado fuerte, estuve a punto de caerme a los volados con mi niño en brazos y veía cómo se caía la gente.  En Estados Unidos tengo un hermano que nos iba a ayudar, pero la verdad no nos ayudó en nada, nos dejó cuatro días sin responder los mensajes. Ahora sabemos que sigue Costa Rica, sigo hablando con mi hermano a ver si me contesta.

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