Historias de solidaridad en el Darién

San Vicente Migration Reception Station

Si bien las historias de las personas migrantes del Darién hablan de una ruta de lucha por la sobrevivencia individual marcada por la dureza extrema del camino, por la velocidad a la que debe hacerse para evitar quedarse en la selva más tiempo del estrictamente necesario, también son numerosos los relatos en los que prima la solidaridad y la ayuda mutua, en muchos casos únicas tablas de salvación para emerger con vida, al otro lado del Darién.

Si bien las historias de las personas migrantes del Darién hablan de una ruta de lucha por la sobrevivencia individual marcada por la dureza extrema del camino, por la velocidad a la que debe hacerse para evitar quedarse en la selva más tiempo del estrictamente necesario, también son numerosos los relatos en los que prima la solidaridad y la ayuda mutua, en muchos casos únicas tablas de salvación para emerger con vida, al otro lado del Darién.
 
John*, de 29 años, lo tiene muy claro: “si tengo un vaso con agua, no me lo beberé yo solo. Si podemos ser más en beneficiarnos de él, mejor”. Así explica su decisión de ayudar a Susana, una mujer retrasada de su grupo, que encontró sola, con los pies destrozados, incapaz de continuar la marcha. John decidió dejar su propio grupo y quedarse con ella, hasta el final del camino, fuera cuando fuera.
 
“Allá arriba hay mucha gente que necesita ayuda, no quise dejar a alguien solo, como estaba Susana en el Darién, cuando yo la podía acompañar”. A John y Susana los iban avanzando otros grupos de migrantes. Algunos, les daban comida, otros ayudaban a John a vadear ríos con Susana a sus espaldas; a subir lomas. “Me quedé con ella durmiendo en el lodo, bajo la lluvia, le hacía comer lo que nos iban dando otros migrantes, otros me ayudaban a pasar por los sitios más escabrosos”, resume John, “no sé de dónde saqué fuerza, solo de la necesidad de ayudar a alguien más, de no dejarla morir”.
 
Cuando John y Susana llegaron a Bajo Chiquito, Susana requirió de ingreso hospitalario para tratar sus heridas. “Llamé a su familia para que supieran que no habían muerto, que había llegado y que se pondría bien”. De acuerdo con Gabriela Chávez, psicóloga de Médicos Sin Fronteras (MSF), que atendió a John: “su propia familia, la hermana de John, estaban preocupadísimos. Ellos llegaron antes, claro, y el tiempo de espera fue muy difícil para ellos. Llegaron a dudar de si había fallecido”. 
 
No todos los actos de solidaridad son de tal magnitud, pero se suceden en el camino y ofrecen un contrapunto de luz a los relatos de las personas migrantes, de peligros en el camino, de robos, agresiones sexuales y violaciones: “Nos impactó ver tantos muertos en el camino, no puedo describirlo más que como una película de terror…. Pero dentro de esa película me sorprendió ver como entre desconocidos nos ayudábamos, como si fuéramos familia, hacíamos cadenas humanas para poder cruzar ríos, cogiéndonos de los brazos bien fuerte, compartíamos comida y agua a quién no lo tenía, nos dábamos ánimos, el espíritu de ayuda es inimaginable”, explica Celia, proveniente de Cuba, que viaja con sus dos hijas y su marido.   
 
 
 
 
Gabriela Chávez, también recuerda la terrible experiencia de una mujer haitiana, Marie, que viajaba con su marido, pero que se quedó sola una vez su esposo decidió abandonarla. Los pies y piernas de Marie no dieron más de sí. “Es una de las pacientes que hemos tenido que más tiempo ha estado en la selva. Estuvo tres meses”. Los relatos de migrantes que hablaban de ella, que llevaba meses inmersa en la jungla, propició que las autoridades panameñas organizaran su rescate. “No sé cómo estoy viva. Pasé días sin comer. Aún siento que estoy en la selva y que duermo bajo la lluvia”, es el relato que hizo Marie a la psicóloga. “Las personas que me veían, me iban cargando en el camino hasta donde podían. Me dejaban algo de comida. Por ello pude sobrevivir. Incluso aquí, (en la Estación de Recepción Migratoria de Lajas Blancas) quienes ven que tengo todavía dificultades para levantarme, me ayudan, están pendientes de mí aún sin conocerme”. 
 
Según Chávez, “los eventos traumáticos pueden quebrantar la identidad y el bienestar emocional de las personas. Durante el tránsito en la selva, las personas se enfrentaron día con día a peligros, a no disponer de comida, agua o un lugar donde dormir, a ser testigos y testimonios de muerte, asaltos, robo, violencia sexual. Pero estos testimonios hablan de experiencias desde diversos lugares y momentos. Desde un sitio de fragilidad y fortaleza. Momentos donde fueron sobrevivientes y al mismo tiempo héroes. Donde, a pesar del sufrimiento muchos encontraron en personas desconocidas fuentes de apoyo importantes que se volvieron familia, amistades, en esos momentos de dolor”.
 
De acuerdo con la psicóloga, los recuerdos de los momentos de acompañamiento, empatía y solidaridad son de gran importancia para que las y los pacientes puedan enfrentar los eventos más traumáticos, “tienen un poder sanador: conectar desde la fragilidad, cuando no importa quién eres, de dónde eres, ni qué haces y simplemente mostrar que por ser persona te tiendo la mano hace menos pesado nuestro dolor”. 
 
 
 
*Los nombres de los pacientes han sido cambiados. 
 
Desde finales de abril, cuando Médicos Sin Fronteras inició sus actividades en Panamá para ofrecer servicios médicos a migrantes que cruzan el Darién, a mediados de agosto 2021, el equipo de psicología de MSF han atendido a 654 pacientes y han mantenido 203 sesiones en grupo. Se han realizado 19,234 consultas médicas, en la población de Bajo Chiquito, en las Estaciones de Recepción Migratoria de Lajas Blancas y San Vicente. 
 
MSF demanda a los gobiernos de Colombia y Panamá que busquen alternativas para garantizar rutas seguras entre los dos países y desplieguen los mecanismos de protección necesarios en su territorio para evitar más muertes y sufrimiento en la ruta a través del Darién.
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