Historias sobre neumonía

La realidad de la neumonía puede ser terrorífica y peligrosa. Cada año, esta enfermedad toma las vidas de casi un millón de niños.

La realidad de la neumonía puede ser terrorífica y peligrosa. Cada año, esta enfermedad toma las vidas de casi un millón de niños.
 
Hay una vacuna para prevenirla, pero es demasiado cara para algunos países. Por eso necesitamos que Pfizer y GSK bajen el precio de la vacuna a $5 dólares por niño para todos los países en desarrollo y para las organizaciones humanitarias. #AskPharma #UnaVacunaJusta
 

Dra. Ilaria Moneta, pediatra italiana que actualmente trabaja en una misión con MSF en República Centroafricana

 

 
“Uno de los pacientes que más me conmovió fue un bebé de 18 meses de edad que sufría de neumonía y desnutrición severa. 
 
Estaba muy débil cuando fue admitido, pero mejoró bastante durante su estadía de 10 días con nosotros. No es bueno que los niños pequeños pasen tanto tiempo en el hospital. 
 
Pero este pequeño se recuperó impresionantemente y, hacia el final de su estadía, se encontraba mucho mejor y siempre me regalaba una enorme sonrisa cuando yo llegaba. Él tomaba mi mano, quería acercarse a mí. 
 
Pero ayer regresó para su consulta de seguimiento y me preocupó. Perdió mucho peso en una semana, que no es bueno para un niño tan pequeño. Pude notar inmediatamente que no estaba bien: no me reconoció, estaba triste, parecía ser otra persona. Quería internarlo de nuevo para vigilar su condición, pero no podíamos hacerlo.  Su familia vive en la ciudad, así que al menos no tienen que viajar tanto para venir con nosotros. 
 
No regresaron hoy, así que supongo que el niño está mejorando. Por lo menos eso espero. 
 

JonJon, 33 años, estadounidense

 
Nunca olvidaré el mes que pasé enfermo de neumonía. Todo comenzó durante un frío martes por la noche, a principios de 2010. En ese momento pensé que sólo tenía un resfriado y, para el jueves, estaba totalmente convencido de que había contraído una grave fiebre. Nunca me hubiera imaginado que para el sábado en la mañana sería admitido en la sala de urgencias del hospital local y diagnosticado con neumonía estreptocócica. 
 
Tenía fiebre muy alta, la vista borrosa y el tiempo parecía detenerse con cada respiro que tomaba mientras luchaba por llenar de aire mis pulmones. Literalmente sentía que estaba ahogándome, me sentía impotente. Mientras el doctor me recostaba para que pudiera tranquilizarme, recuerdo haber tomado aire para hacerle saber a mi madre que la amaba y que también amaba a mi familia. En verdad, pensé que moriría.
 
Desperté unos cuantos días después de un coma inducido médicamente, intubado a una máquina que respiraba por mí. Descubrí que mis pulmones estaban tan infectados que sólo 1/3 de mi pulmón derecho era capaz de almacenar oxígeno. Durante las siguientes dos semanas, fue una batalla entre la neumonía y yo.
 
Me quitaron la máquina y me dieron el alta justo antes de Nochebuena. Como estuve postrado en cama sin comer alimentos sólidos ni beber agua durante unas semanas, estaba débil y apenas podía caminar o pararme por mí mismo. Mi capacidad pulmonar era prácticamente inexistente y después de decir una oración me quedaba sin aliento, como si hubiera corrido kilómetros. De forma lenta pero segura, logré recuperarme totalmente.
 
Me siento agradecido y bendecido de haber sobrevivido a esa experiencia. Siempre digo que nunca desearía que alguien padeciera neumonía.
 

Garry, 35 años, Reino Unido

 
Durante aquellos dos vuelos nocturnos hacia mi hogar -de Bangladesh a Turquía, y de ahí a Londres-  sentí que algo no estaba bien. 
 
Ese mismo día, entrando a casa comprendí el porqué. Me quejé con mi esposa sobre cómo las oficinas en los países cálidos siempre eligen el nivel más frío que tiene el aire acondicionado. Siempre que estoy en un lugar así me resfrío, y esta vez traje el resfriado a casa. Pero éste era uno especial, uno bastante desagradable que no comenzó con la nariz que moquea, sino en algún lugar profundo del pecho.
 
Hice lo que normalmente hago: lo ignoré. Sin embargo, este parecía ser un resfrío de combustión lenta. Para una mejor descripción, sentía picazón en mis pulmones, como si el virus no estuviera seguro de querer crecer y salir de ahí. No estaba tosiendo, sólo estaba algo enfermo.
 
Seis días después, me senté en mi escritorio para escribir un correo electrónico.
 
Nunca olvidaré el segundo que siguió a eso porque no hay ninguna otra sensación que se le parezca. Fue como ser golpeado en la frente con una compresa de hielo y que después ese hielo se impregnara en mi piel y empezara a correr por mi sangre. Comencé a temblar incontrolablemente. Con trabajos pude subir las escaleras. Pensé, “trabajaré desde mi cama,” pero no podía enfocar mis ojos en la pantalla. Así que los cerré y, una hora después comenzó el delirio: algo sobre Bangladesh, combinado con la serie de suspenso que había visto una noche antes. Cuando pude concentrarme, mi cuerpo rogaba por agua helada. Sin embargo, el sólo hecho de pensar en bajar las escaleras, mover el bote de basura para poder llegar al refrigerador, abrirlo y servirme agua era casi inaguantable. Varios minutos después, incluyendo un descanso a mitad de las escaleras, llegué hasta el refrigerador.
 
Dos días después mandé un mensaje a uno de mis amigos médicos, le dije: “tengo tres días con fiebre, no necesito ir con mi doctor todavía, ¿verdad?" Él me contestó: “No, espera un poco más.
 
El día siguiente fue parecido, hasta que llegó la agudísima sensación de ser apuñalado en mi costado derecho. Cada vez que tosía yo emitía un jadeo de dolor. 
 
Llamé a un Uber, cancelé todo lo demás, y me dirigí hacia el hospital. El conductor me llevó hasta allá y me deseó un buen día.
 
Lo que pasó después lo viví como si fuera un sueño. Me pusieron suero. Un hombre me empujó en una silla de ruedas hasta el departamento de rayos X. “Tienes neumonía, una muy fuerte,” dijo un doctor. Unas horas después y cuatro infusiones más tarde, me dieron una caja de antibióticos y me enviaron a casa. Todo fue impresionante. Me alegra haber estado tomando los medicamentos antes de lo que pasó después: comencé a toser sangre. Al menos ya estaba tomando algo y, unos días después, ya me sentía mucho mejor. 
 
Bromeé con mi amigo doctor, al que le envié el mensaje, le dije que había sido descuidado al decirme que no fuera a ver a mi médico. Su reacción fue algo parecida a “bueno, sigues vivo ¿no?”. Pero me pidió mis rayos X para poder verlos él mismo, en caso de que pudiera recomendar una consulta de seguimiento. Después de unos días sin saber nada de él, lo llamé.
 
“¿Viste los rayos X?”, le pregunté.
 
“Oh, sí”, me dijo. “Estás bien. Tienes pulmones muy provocativos.”
 

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