La COP27 debe apoyar a los países más afectados por los desastres climáticos

Equipos de MSF brindan asistencia sanitaria en uno de los tres campos en Dadaab, Kenia
Borow Ali Khamis, de 50 años, se encuentra fuera de su refugio improvisado con su familia en el campo de refugiados de Dagahaley. Era agricultor y ganadero en Somalia, pero lo ha perdido todo debido a la larga sequía. ©MSF/Lucy Makori

Por Dana Krause, exdirectora nacional de MSF en Kenia que pasó cerca de cuatro años gestionando las operaciones de MSF en el país; y Stephen Cornish, director general del centro operativo de MSF en Ginebra, que este año encabezará a la delegación de Médicos Sin Fronteras en la COP27. 

Los estragos de los desastres climáticos nos rodean y ocurren cada vez con mayor frecuencia e intensidad. Pero las personas que menos han contribuido a la crisis climática están sufriendo sus peores, y a veces irreversibles, consecuencias. 

En el Cuerno de África, cuatro temporadas de lluvias han llegado y se han ido, pero el agua escasea, los cultivos se marchitaron hace mucho tiempo y los cadáveres de animales se acumulan en las vastas extensiones de tierra estéril. Estamos viendo cómo se desarrolla una emergencia climática: una sequía generalizada y duradera que está obligando a las personas a desarraigarse en una búsqueda desesperada de alimentos y agua. 

El que fuera el campo para personas refugiadas más grande del mundo, el complejo de Dadaab (con 30 años de existencia), situado en la desolada provincia del noreste de Kenia, vuelve a recibir a personas procedentes de Somalia que huyen del impacto del conflicto y la sequía. 

Los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) que brindan asistencia sanitaria en uno de los tres campos en Dadaab afirman que han llegado miles de personas desde principios de este año, aunque los más de 200,000 refugiados registrados en Dadaab siguen viviendo en tiendas de campaña desgastadas y en refugios deteriorados con pocas esperanzas de una solución duradera a su situación. 

Al otro lado de la frontera en Somalia, el árido paisaje está salpicado de campos desgastados en los que se refugian desde hace tiempo personas que huyen del hambre, la pobreza rural y la violencia. Ahora, mientras las nubes se desvanecen una vez más, llevándose consigo toda esperanza de lluvia, las personas se ven obligadas a buscar apoyo cada vez más lejos. 

Ante las catástrofes climáticas, en la mayoría de los casos son las comunidades y los países más cercanos a la crisis los que ofrecen solidaridad y hospitalidad a las personas que sufren su impacto inmediato. 

Kenia lleva mucho tiempo recibiendo a la población somalí. En 2011, cuando el Cuerno de África experimentó otra grave sequía, decenas de miles de somalíes llegaron a Kenia y obtuvieron el estatus de refugiados. Al otorgar esto, Kenia mostró el camino al reconocer el cambio climático como una razón para solicitar asilo, junto con la persecución y el conflicto. 

A medida que llegan más personas a sus fronteras, Kenia podría volver a predicar con el ejemplo al permitir que quienes escapan del conflicto y la sequía en Somalia vivan con seguridad y dignidad, al tiempo que les brinda la oportunidad de moverse por el país y trabajar, para que no dependan totalmente de la ayuda humanitaria en los próximos años. 

Pero no se puede dejar que los países de acogida, como Kenia, alberguen por sí solos a grandes poblaciones de personas refugiadas. Kenia ha denunciado, con razón, la falta de responsabilidad internacional compartida para proteger y ayudar a las personas desplazadas en el mundo. 

Recientemente, Kenia ha amenazado en varias ocasiones con cerrar los campos de Dadaab porque ha recibido poco apoyo internacional para acoger e integrar a las personas refugiadas. En la década hasta 2020, la asistencia humanitaria para la población refugiada en Kenia se redujo en cerca de dos tercios, mientras que la población de personas refugiadas solo se redujo a la mitad. 

Ahora que el Cuerno de África sufre la sequía más grave de los últimos 40 años, las comunidades que acogen a personas refugiadas en Kenia nos dicen que su solidaridad está llegando a su límite. La mayoría ha perdido su única fuente de sustento, el ganado, a causa de la sequía. Como los recursos son cada vez más escasos, la cohesión social se verá cada vez más presionada, lo que provocará posibles conflictos. En conjunto, los conflictos y las alteraciones climáticas constituyen una mezcla explosiva.   

La crisis de solidaridad está dando paso ahora a una crisis de moralidad, en la que algunos de los mayores emisores históricos de carbono del mundo continúan ignorando los llamados de los países que menos han contribuido al calentamiento global y que, sin embargo, sufren sus consecuencias más trágicas. 

La COP27 se anuncia como la ‘COP de África‘. Kenia y otros países del Cuerno de África que sufren las consecuencias desproporcionadas de la emergencia climática y el desplazamiento masivo han hecho fuertes llamados para aumentar la solidaridad internacional y responsabilidad compartida. 

Los líderes mundiales ahora deben prestar atención a estas voces. Los países históricamente responsables de la mayor parte de las emisiones deben convertir sus compromisos en acciones garantizando rápidamente que los países vulnerables al clima reciban el apoyo financiero y técnico que necesitan para evitar el impacto mutuo de los conflictos, los desplazamientos y la crisis climática. Esto será esencial para que los países puedan mitigar los impactos climáticos y adaptarse a ellos. 

Pero algunos de los efectos de la crisis climática son irremediables. En el Cuerno de África, las comunidades agricultoras y de pastoreo ya enfrentan la pérdida permanente de sus medios de vida como resultado de la emergencia climática. Es responsabilidad de los mayores emisores del mundo apoyar a las personas cuyas vidas y medios de subsistencia están están siendo trastocados, al tiempo que se comprometen a ayudar a las comunidades y países a hacer frente a futuras pérdidas. 

El apoyo para las pérdidas y daños deberá basarse en las necesidades y ser adicional a las fuentes de financiación ya existentes, incluyendo la asistencia humanitaria y para el desarrollo. También debe ser predecible, de modo que las comunidades y los países puedan confiar en él para soportar la destrucción provocada por un clima cada vez más errático. 

Las personas que ya se enfrentan al impacto irreversible de la crisis climática hoy no pueden esperar a que la ayuda se materialice mañana para reparar lo que ya se ha perdido. Necesitan apoyo urgente ahora.  

Es momento de que los mayores emisores del mundo cumplan sus promesas.  

Se lo deben a las personas que han soportado el peso de sus decisiones.   

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