Mexicanos desplazados por la violencia huyen hacia Estados Unidos

Mexico migrants displaced by violence flee to the USA

México es comúnmente visto como un país de tránsito e incluso destino para miles de personas migrantes y solicitantes de asilo de Centroamérica y otras partes del mundo. Pero México es también un país de huida: la violencia ejercida por grupos criminales en diferentes zonas del país está dejando a cientos de personas mexicanas sin refugio, sin protección y sin más alternativa que intentar emigrar a los Estados Unidos para salvar sus vidas.

México es comúnmente visto como un país de tránsito e incluso destino para miles de personas migrantes y solicitantes de asilo de Centroamérica y otras partes del mundo. Pero México es también un país de huida: la violencia ejercida por grupos criminales en diferentes zonas del país está dejando a cientos de personas mexicanas sin refugio, sin protección y sin más alternativa que intentar emigrar a los Estados Unidos para salvar sus vidas.
 
En Ciudad Juárez, más del 20% del total de la población migrante, solicitante de asilo y deportada atendida por Médicos Sin Fronteras (MSF) es mexicana. La mayoría proviene de Guerrero y Michoacán, dos estados azotados por la violencia donde MSF también brinda asistencia. 
 
“Llevamos años siendo testigos de cómo la violencia obliga a decenas de personas a huir. La gran mayoría de nuestros pacientes tienen al menos un familiar forzado a migrar a los Estados Unidos, huyendo de las balas, los enfrentamientos, el reclutamiento, las amenazas y las extorsiones”, menciona Laura Gómez, responsable de las operaciones de MSF en Guerrero y Michoacán. 
 
Esto se ha hecho más visible para los equipos de Médicos Sin Fronteras que recorren la frontera norte de México asistiendo a personas migrantes. “Cada vez es más habitual ver a padres, madres con sus hijos, familias extensas de primos, hermanos, abuelos o incluso adolescentes que viajan solos procedentes de diferentes regiones de México y que necesitan iniciar sus trámites de asilo en Estados Unidos”, explica Owen Breuil, responsable del programa de migrantes de MSF en México. 
 
“Voy a cumplir dos meses de haber llegado con mi hijo. Tuvimos que salir por la violencia y por amenazas, quieren a mi hijo. Su sueño era estar en la Marina, se dieron cuenta de eso (el crimen organizado) y nos cayeron, nos dijeron que, si él quería ser un matón por paga que fuera para defender a su pueblo”, cuenta Julia*, una mujer de 40 años de Tierra Caliente, Michoacán.
 
 
 
 
Julia tenía una tienda. Vivía con su hijo y mantenía a sus padres. Un día, unas personas se presentaron en su negocio y le pidieron cinco mil pesos para “aportar a la causa”, a la siguiente semana regresaron por diez mil. “Con la pandemia mi negocio se vio afectado, yo les dije que no tenía, ¿de dónde saco ese dinero? entonces me dijeron que se lo tenían que llevar a él”, recuerda.
 
Wilfredo Pérez Hernández, es uno de los encargados del albergue Tierra de Oro en Puerto Palomas, Chihuahua, un lugar que brinda asistencia a migrantes deportados de Estados Unidos, principalmente. “Son personas que en su intento por cruzar fueron deportadas y son originarias de Centroamérica, Brasil, Ecuador, Nicaragua y actualmente la mayoría son personas de Morelos, Tlaxcala, Guerrero y Michoacán”, señala. “Esto es nuevo, cuando abrimos este albergue no había tantos paisanos deportados (mexicanos) como ahora, últimamente han llegado muchos, sobre todo de Michoacán” afirma.
 
“Soy de Michoacán. Llevo un mes en Ciudad Juárez buscando asilo en EE. UU. por la delincuencia que hay allá. Hay nuevos cárteles en Michoacán así que hay mucha inseguridad. Nos están secuestrando. En las noches pasan las camionetas y recogen gente”, explica Mario, un joven de 21 años que viaja solo y espera poder llegar a Washington con familiares que tienen la nacionalidad norteamericana. 
 
El Título 42, una orden implementada al comienzo de la pandemia para supuestamente frenar la COVID-19, ha dejado también a muchas personas, entre ellas mexicanas, esperando en la frontera durante meses. “Nos fuimos por el miedo a que me mataran a mí y a mis hijos porque mi hermano se involucró con cárteles de allá”, señala Marta* de 28 años, una mujer de Tierra Caliente deportada hace dos meses bajo el título 42, con su esposo e hijos. “Caminamos muchas horas y ya para cruzar nos agarró migración. Ya me quería regresar a mi casa, pero me llamaron por teléfono y me dijeron: -sabes qué no te vengas, acaban de matar a tu cuñada. Pensé, realmente sí van a cumplir con sus amenazas y ya no me quise regresar”, se lamenta Marta.
 
 
 
 
Las posibilidades de obtener refugio para ellos son mínimas. De acuerdo con un informe del centro independiente Transactional Records Access Clearinghouse (TRAC, por sus siglas en inglés), de la Universidad de Syracuse, Nueva York; en 2020 el 85 por ciento de las personas mexicanas que solicitaron asilo en EE.UU. fueron rechazadas.  A esto se añade que existe un gran desconocimiento sobre los procesos de regulación migratoria. “Les comenté a los agentes de migración que me ayudaran, que yo no puedo regresar y me dijeron ‘no, aquí no’, sólo eso nos dijeron. Ni siquiera te dejan hablar. Te niegan el derecho a que hables o que les digas algo más. Solo nos dijeron: ‘no, ahorita por el momento no hay asilo’”, recuerda.
 
Entre la población mexicana atendida por MSF es común el miedo a saber que se encuentra aún en peligro, en ciudades fronterizas donde el crimen está también presente. “Busco paz, no sentir miedo de que ya me están buscando o me están vigilando. Al principio cuando llegué aquí, no quería salir, pensaba qué tal que la gente me reconoce”, dice Marta.
 
 
 
 
“Sienten miedo e incertidumbre por el desconocimiento de los procesos legales de asilo y si lograran llegar a los Estados Unidos. Como consecuencia, padecen ansiedad, preocupación constante, miedo excesivo que se refleja en insomnio, falta de apetito, irritabilidad e aislamiento que afecta sus relaciones personales”, señala Francisco de Jesús Saucedo Delgado, psicólogo de MSF en la frontera norte de México. “Existen casos preocupantes, donde estas afectaciones a nivel emocional han llegado a alterar la funcionalidad de los pacientes y persiste un sentimiento de desesperanza generalizada”. 
 
“Mi futuro y el de mi hijo lo veo incierto porque desde que llenamos la solicitud de asilo no nos han informado nada. Hemos visto que se van otras personas de otras nacionalidades, pero a nosotros no nos comentan nada. Dicen que se va a cerrar otra vez el asilo y si no cruzamos en estos días ya no pasamos”, lamenta Julia.
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