México: ‘Vivo con el miedo de que me encuentren’ 

Natasha* y su familia se encuentran en un albergue en Tapachula. Salieron de Honduras huyendo de la violencia. Como ella, miles esperan medidas que las protejan y les permitan rehacer sus vidas y las de sus hijos. 

Natasha (seudónimo), de Honduras, está atrapada en un refugio en Tapachula, estado de Chiapas, en el sur de México. Ella escapó de la violencia en su país con sus hijos y no quiere exponerse a los riesgos de continuar el peligroso viaje migratorio a través de México.
Natasha (seudónimo), de Honduras, está atrapada en un refugio en Tapachula, en el sur de México. Ella escapó de la violencia en su país con sus hijos y no quiere exponerse a los riesgos de continuar el peligroso viaje migratorio a través de México. © Yotibel Moreno/MSF

Natasha* es una de tantas mujeres que huyeron de la violencia en sus países y que ahora, tras las medidas migratorias impuestas a principios de 2025, están atrapadas, buscando opciones seguras y legales. Como ella, miles esperan medidas que las protejan y les permitan rehacer sus vidas y las de sus hijos. 

Es hondureña y tiene 30 años. Hoy se encuentra en un albergue en Tapachula, al sur de México, junto a su cuñada y sus tres hijos: dos niñas de 12 y seis años y un niño de cuatro. 

 

Un mapa de MSF que proporciona información sobre las zonas donde los migrantes pueden acceder a algunos servicios básicos, incluida la atención sanitaria, a lo largo de la ruta migratoria en México.
Un mapa de MSF que proporciona información sobre las zonas donde los migrantes pueden acceder a algunos servicios básicos, incluida la atención sanitaria, a lo largo de la ruta migratoria en México. © Adri Salido

 

Personal de Médicos Sin Fronteras la conoció en Tapachula, y hoy día sigue recibiendo atención. Por parte de MSF. Un multidisciplinario compuesto por psicólogos, psiquiatras y médicos, se encargan de recordarle la gran herramienta que tiene en su día a día: el valor para protegerse a sí misma y a sus hijos. 

 

“Ese día salimos en el primer autobús, todavía no amanecía. No podíamos quedarnos”

Tenía un negocio de comida. Un día, me pidieron pagar una cuota para poder seguir. Al principio lo hice, pero la cantidad aumentaba cada semana, hasta que ni siquiera alcanzaba para comer. Les dije que no podía pagar todo, que me faltaba dinero. 

—Puedes pagar de diferentes maneras —respondieron. 

No podía hacer eso frente a mis hijos. 

—Busca un tiempo y regresamos —agregaron, como si me estuvieran dando otra oportunidad. 

Regresaron muchas veces. Cada vez que llegaban, les ordenaba a mis hijos que se encerraran en el cuarto y que no salieran hasta que yo les avisara. 

Hacían conmigo lo que querían. Solo le pedía a Dios que mis niñas no escucharan. 

—Tu hija sí que es linda —dijo uno de ellos antes de irse. 

Guardé silencio. Ahí supe que debía huir. Comencé a vender mis cosas para reunir dinero. No iba a permitir que le hicieran lo mismo a mi niña. 

 

Natasha (seudónimo), de Honduras, está atrapada en un refugio en Tapachula, estado de Chiapas, en el sur de México. Ella escapó de la violencia en su país con sus hijos y no quiere exponerse a los riesgos de continuar el peligroso viaje migratorio a través de México.
Natasha (seudónimo), de Honduras, está atrapada en un refugio en Tapachula, en el sur de México. Ella escapó de la violencia en su país con sus hijos y no quiere exponerse a los riesgos de continuar el peligroso viaje migratorio a través de México. © Yotibel Moreno/MSF

 

“Llegamos en autobús a Guatemala y cruzamos el río hacia México. Un hombre mexicano nos protegió”

—Ellas son mi esposa, mis hijos y mi cuñada —dijo para ayudarnos a pasar. 

Nos dejaron cruzar. No todos tuvieron la misma suerte. Recuerdo a un hombre que se quedó atrás. Su rostro reflejaba puro miedo. 

—Se salvaron… pudieron haber abusado de tu hija —dijo el mexicano que nos ayudó. 

Con los 1,000 pesos que teníamos, tomamos el primer taxi que encontramos y llegamos a un albergue. Desde octubre estamos aquí. Tres meses de miedo constante. 

No me uní a una caravana ni salí en autobús. Hay muchas historias de gente que, incluso con cita y permiso migratorio, es bajada de los vehículos. A algunos les rompen los documentos, los roban o los secuestran. Somos mujeres y estamos expuestas a más peligros. 

Pedí la cita de CBP One. Nunca me salió. Inicié los trámites para quedarme en México. Cada 15 días debo firmar en las oficinas de COMAR.

Por ahora, trabajo en una cocina y gano 5,200 pesos mexicanos al mes. Eso me ayuda, pero no es suficiente para mantener a tres niños. Se enferman, a veces quieren comer pollo. Es muy difícil. 

Vivo con la angustia de no saber qué viene, con el miedo de que me encuentren. Mi esposo huyó porque intentaron reclutarlo en las pandillas. Desde hace un año no sé nada de él: si está vivo, si está bien. 

Solo quiero un lugar donde establecernos. Que los niños vayan a la escuela. Poder trabajar. 

Pensar en volver atrás… Si esa gente no estuviera, tal vez podría. Pero eso… tampoco lo sé. 

 

* Natasha no es su nombre real. Protegemos su identidad porque tiene miedo; su vida corre peligro.

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