Perú: esta es una historia desde uno de los puntos migratorios más transitados de América del Sur

MSF brindó atención a personas migrantes en Perú
“Somos de Venezuela y vamos hacia Piura, Perú. Salí en búsqueda de un mejor futuro para mis tres hijos”, dijo Yamilex, 30 años, junto a uno de sus hijos, Isaad, de 5 años. © Lisa Mena/MSF

Cientos de personas atraviesan diariamente el paso fronterizo que une a Perú con Ecuador en búsqueda de una vida digna. En ese trayecto, no quedan exceptuadas de sufrir todo tipo de violencias, incluyendo la violencia sexual.

Los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) que trabajaron durante más de un año en la zona fueron testigos de las condiciones sanitarias de quienes se encontraban en tránsito, pero también, de quienes estaban asentados o vivían en la región, y no contaban con acceso a la salud.

Es cosa de todos los días que, personas como tú y como yo, intentemos alcanzar una vida mejor; aún más, frente a situaciones adversas.

Es cosa de todos los días despertar temprano en la mañana para seguir camino hasta que el clarear del día lo permita.

Es cosa de todos los días que familias con hijos o sin hijos, amigas y amigos, vecinas y vecinos, provenientes mayoritariamente de Venezuela, transiten por la zona fronteriza que une a Aguas Verdes, una localidad del departamento peruano de Tumbes, con la ciudad ecuatoriana de Huaquillas.

Según el último reporte de la Organización Mundial para las Migraciones (OIM), en octubre ingresaron por la frontera norte de Perú alrededor de 10,000 personas migrantes y refugiadas, y por el mismo sitio, salieron más de 9800.  Para muchas personas, este paso es el primer punto de ingreso al país, donde se asentaron más de 1,5 millones de venezolanos -convirtiéndose así en el segundo destino de personas refugiadas y migrantes de este país bolivariano a nivel mundial, de acuerdo con información de ACNUR.

Pero también, para muchas otras, es solo un lugar de paso para seguir viaje hacia países del sur, como por ejemplo Bolivia y Chile, o un camino para quienes buscan llegar a países del norte del continente americano.

Sin embargo, todas estas cifras cuentan y no explican. No dicen que por este paso fronterizo transitó Francis, una mujer de 49 años que sufría de hipertensión y que salió de Venezuela hace 5 años cargando con el peso de sus maletas, pero también, con todo el peso de sus sueños. O que Daijer, que llevaba 6 años fuera de casa, se le erizaba la piel cada vez que recordaba lo mucho que le dolía no poder abrazar a su mamá. Él viajaba con su hermano y con su nuera, y esperaba con ilusión conocer el resultado de una prueba de embarazo que le revelaría si se convertirá en tío.

MSF brindó atención a personas migrantes en Perú
Personal de enfermería de nuestra organización vacuna a una niña migrante ©Dolores Sosa/MSF

 

Muchas de estas historias de todos los días fueron recogidas por los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF), quienes brindaron atención médica, salud sexual y reproductiva, y salud mental en Aguas Verdes desde finales 2021 hasta octubre de este año. Si bien nuestras actividades finalizaron, puesto que como organización humanitaria los esfuerzos se movilizan allí donde las emergencias más lo requieran, durante nuestra labor atestiguamos diariamente la violencia, robos, dolores y enfermedades que sufrieron las personas migrantes.  También vimos las condiciones precarias y antihigiénicas en las que vivían quienes no tenían acceso a servicios sanitarios, como era el caso de ciudadanos peruanos o población asentada que no contaba con un seguro de salud.

 

Coreografiar un lugar seguro

Atender de manera integral a población migrante es siempre un desafío médico. El desplazamiento constante, la prisa por al fin alcanzar un lugar seguro, y en muchos casos, la condición de irregularidad en la que se encuentran en los países de tránsito y de recepción, no les permite acceder con facilidad a asistencia sanitaria, y mucho menos, recibir un seguimiento de manera habitual.

En términos logísticos, la situación no es diferente. En Aguas Verdes, frente a la terminal terrestre y a un costado del puente Bolsico, de lunes a sábado funcionó durante un año la clínica de MSF. Anteriormente, en ese mismo sitio, había un hotel de pasajeros llamado El Bosque -tal vez haciendo alusión al bosque tropical en el cual luego se extendió la ciudad-, que se convirtió en un centro de salud donde muchas personas recibieron por primera vez asistencia sanitaria a lo largo de todo su trayecto migratorio.

En cada jornada, este puesto de salud se montaba como un “stage de teatro”, cuenta Marcello Ferreyra, logista de la organización, con un tono un poco argentino y otro poco estadounidense, porque si bien nació en Buenos Aires, creció en Nueva York. “La clínica estaba ubicada en una zona fronteriza donde las condiciones de seguridad no siempre son óptimas. Entonces -agrega- todos nos movíamos al unísono para que cada día las actividades sanitarias y de promoción de la salud estuviesen en funcionamiento”. Según el logista, este era el punto de partida para que las personas accedieran a una atención digna y de calidad.

Sin embargo, si bien a la clínica llegaban a diario quienes se encontraban en tránsito, principalmente familias con niños menores de 5 años, mujeres que habían huido de sus casas por violencia de género, hombres solos, jóvenes y adolescentes, no se excluía el acceso a peruanos que no contaban con el beneficio del Sistema Integral de Salud (SIS) u otra atención sanitaria, como así tampoco a quienes decidían asentarse en localidades cercanas a la frontera de Ecuador, como Tumbes, Aguas Verdes y Zarumilla.

MSF brindó atención a personas migrantes en Perú
Roland Fourcaud, coordinador de MSF en Tumbes, Perú ©Lisa Mena/MSF

 

“Al estar ubicados en el camino, las personas no tenían que llegar hacia nosotros, nosotros llegábamos a ellas”, asegura Roland Fourcaud, quien fue el coordinador del proyecto de MSF en Tumbes, usando unas gafas fotocromáticas que intentan proteger a unos ojos que han visto más de una vez la humanidad en crisis. Este logista francés lleva consigo la experiencia de haber trabajado en países como Mozambique, Papúa Nueva Guinea, República Democrática del Congo, Sierra Leona, Angola, Grecia, Bangladesh, Yibuti y Malawi, por tan solo nombrar algunos ejemplos.

“Nuestra presencia en primera línea nos permitió evaluar rápidamente las necesidades de las personas y dar una respuesta adaptada en cuanto a salud, al tiempo que colaboramos con el sistema de salud local y con otros actores para coordinar una ayuda humanitaria sinérgica”, agrega el coordinador. En la clínica de MSF, recibieron atención médica 8,268 personas y más de 46,400 personas fueron asistidas en el punto de hidratación, donde además alrededor de 33,480 recibieron orientación en diversos temas de salud.

 

 “Má, estoy bien, ya llegué a la frontera”

“No hay mayor protección para la polio y el sarampión que la vacuna para tu niña y niño en tu hogar. Ponle, ponle, ponle, ponle la vacuna ya, y llévalo a la posta más cercana. Venzamos a la polio y al sarampión, protegiendo a tus hijos con la vacuna”, decía el estribillo de esta salsa peruana con la que, megáfono mediante, dos promotoras de salud de la organización caminaban a través del puente Bolsico para promover una campaña de vacunación contra la polio y el sarampión junto al Ministerio de Salud de Perú. Pero también, para llamar la atención e invitar a quienes requirieran asistencia médica o, simplemente, necesitaran descansar un rato del trayecto, a ingresar al puesto sanitario de MSF.

El área de promoción de la salud en esta clínica estaba compuesta por una amplia gama de servicios: incluía un espacio lúdico diseñado para que niñas y niños pudieran distraerse un rato del camino; un punto de información y asesoramiento sobre enfermedades comunes en la zona, como la leptospirosis o el dengue; y un sitio de conectividad donde las personas podían recargar sus teléfonos móviles para comunicarse con sus familiares o amigos.

“Era bonito oírles decir `Má, estoy bien. Ya llegué a la frontera`”, recuerda Sofía Castaño Villada, trabajadora social. “Muchos de quienes que transitan por este paso han perdido sus celulares o se los han robado durante el viaje, entonces disponíamos de un teléfono para que tuviesen la oportunidad de conversar con sus seres queridos y les contaran cómo sobrellevaban el camino”.

Asimismo, las personas recibían un kit de alimentos que incluía agua, galletitas, cambur (o plátano) y una empanada de queso o de pollo. “Solían contarnos que no habían ingerido una comida fuerte, como un plato de pasta o arroz, en 48 horas. Entonces si bien el kit no solucionaba sus problemas de alimentación, las personas nos decían que al menos con eso calmaban su hambre”, cuenta Maritza Córdoba Velazco, quien formó parte del área de hidratación.

Fernando, 19 años, oriundo de Santa Cruz, Bolivia, se dirigía hacia Venezuela, con su coneja Sarita. © Lisa Mena/MSF

 

Fernando, de 19 años, estuvo de paso por este puesto para ingerir algo durante el desayuno y seguir “escalando” -como él decía- a pie, en auto, camión, autobuús, hasta llegar a su destino: Venezuela. Él viajaba desde su Santa Cruz natal, Bolivia, pero no lo hacía solo. Estaba acompañado por su mascota, una coneja de nombre Sarita. “Con ella -dijo- no me siento solo ni aburrido, para mí es una motivación que me acompañe. Hace que el camino sea más suave y más feliz; yo le hablo y ella escucha”.

Es recurrente que las personas que han tenido que cruzar un gran número de fronteras lleven consigo una enorme “carga emocional, estrés y desconfianza” por los peligros que han vivido, apunta José Armando Vílchez, coordinador de promoción de la salud de la organización. “Entonces en el momento en que estaban con nosotros, siempre buscábamos darles ánimos, seguridad y empoderarlos para la toma de decisiones en cuanto a su salud”. Él y su equipo eran quienes primeramente identificaban las necesidades sanitarias como así también los casos de violencia o de negligencia que habían sufrido en sus países de origen y/o en el camino.

 

Violencia sexual, una emergencia que acecha en el camino

Atreverse a abordar rutas migratorias no implica únicamente dejar un país, las raíces, los afectos, un hogar, que ya es mucho decir, sino también, la posibilidad de atravesar todo tipo de “violencias invisibles”, a las que hizo referencia Milagritos Valderrama, coordinadora médica del proyecto de MSF en Tumbes, y de las cuales poco se habla ante el temor que causan entre quienes las sufren. La violencia sexual es una de ellas.

De impulso vivaz, esta obstetra proveniente del mismísimo corazón de la selva amazónica, de Pucallpa -capital del departamento peruano de Ucayali-, formó parte de los orígenes de este puesto fronterizo. “En nuestra clínica, atendimos a mujeres, hombres y población LBGTIQ+ que sufrieron violencia sexual durante su niñez, su adolescencia, o su vida adulta, tanto en sus países de origen, en el camino migratorio como así también en los países de acogida”, explica. “En el caso particularmente de las mujeres, en muchas ocasiones nos relataban que su primera relación sexual fue forzada o que la sufrieron por parte de sus parejas”.

Las agresiones y los abusos sexuales tienen consecuencias sanitarias muy complejas, y pueden acarrear riesgos a largo plazo en la salud de las personas. Para asistir a quienes han pasado por este tipo de situaciones, los equipos de MSF proporcionaron atención médica y tratamiento preventivo para evitar infecciones de transmisión sexual como el VIH y la sífilis, y brindaron asistencia psicológica. “Curamos sus heridas físicas, pero también queríamos que sepan que estábamos allí para escucharles”, expresa Milagritos. En el puesto de salud, se realizaron en total 2,980 atenciones en salud sexual y reproductiva, incluyendo consultas ginecológicas y controles prenatales.

Para tratar heridas invisibles tan duras como estas, Paul Díaz, quien fue el referente de salud mental de MSF en Tumbes, abordó un reto dentro de su propia área de expertise. Al trabajar con población migrante, las posibilidades de realizar sesiones continuas de salud mental eran casi nulas, por la misma condición de tránsito en la que se encontraban las personas. Por eso, él tenía la difícil misión de intervenir a través de consultas únicas. Es decir, en una única vez.

Gloria Mendoza, integrante del equipo de promoción de la salud de MSF, en el espacio lúdico del centro de salud de MSF. © Lisa Mena/MSF

 

“Quienes sufren violencia sexual evitan exponer lo que les ha sucedido porque necesitan seguir camino sin pensar en el dolor y la angustia que les ha producido”, explica el psicólogo. “Se desconectan psíquica y emocionalmente, se convierten en robots que no disfrutan de nada; no viven y no quieren sentir -continúa-. Por supuesto, esto tiene consecuencias; aunque parezca que no sufren, tampoco viven, disfrutan, experimentan o se atreven a hacer cosas nuevas”.

Al momento de cada una de las sesiones, el trató de compartirles herramientas que les fueran útiles para proteger su salud mental y emocional específicamente durante el trayecto. “Asimismo, siempre mi recomendación fue que, una vez que lograran asentarse, acudieran a servicios psicológicos para continuar con el proceso y sanar la herida que tenían abierta”.

A diferencia de la población migrante, cuyas afectaciones psicológicas suelen ser el estrés y la ansiedad, las personas asentadas se acercaron mayoritariamente al puesto de salud para tratar trastornos como la depresión, o el duelo, que ocurren muchas veces por estar lejos de casa y extrañar a la familia.

“Cada uno tiene una historia, un sufrimiento, lleva en sus espaldas miseria y hambre, por haberlo tenido todo y de repente no tener nada más que la bolsita de los sueños para poder trabajar”, relató Francis, migrante venezolana. “Queremos algún día poder volver a nuestro país. Ahí están nuestras raíces, ahí nacimos, ahí está nuestra vida completa. Ahí tenemos nuestra familia, nuestros vecinos, nuestros amigos de la infancia”.

Las promotoras de salud de MSF recorrían cada día las calles de Aguas Verdes para sensibilizar a la población local y migrante acerca de la importancia de la vacunación. © Lisa Mena/MSF

 

Un secreto al oído

-Contabas Eliana que vives desde hace un mes en Tumbes. ¿Por qué decidiste asentarte en este lugar?

-Caminé durante 26 días con mi pareja para llegar hasta acá. Vine para trabajar y poder darle una casa a mi hijo de 6 años. Pero él ahora está con mi mamá en el estado de Lara, Venezuela, que es de donde provengo, porque no quería ponerlo a caminar, exponerlo al sol, o que se lo comieran los zancudos, me daba miedo por él.

-Debe haber sido una decisión muy difícil para ti.

-Imagínate. Lo extraño mucho.

-¿Y cómo decidiste acudir al punto de atención de Médicos Sin Fronteras?

Fui por primera vez cuando me caí del tráiler del camión en el que viajaba y me lastimé la rodilla. Y luego regresé para que las obstetras me revisaran el implante (anticonceptivo), porque me dolía mucho el brazo. Además, recibí un kit de higiene menstrual que incluía pastillas anticonceptivas, toallas húmedas, toallas sanitarias, protectores diarios y preservativos, lo que me ayudó mucho porque de otra manera me hubiese resultado muy difícil conseguirlo.

Cuando ingresaban a una consulta de salud sexual y reproductiva en la clínica de MSF, algunas mujeres susurraban para contar lo que las aquejaba. Sentían pudor de que las examinaran porque no habían tenido acceso a un baño a lo largo de su trayecto migratorio para poder higienizarse, ducharse o cambiar su ropa íntima durante su período menstrual.

Judith Godos, una de las obstetras que trabajaba en el centro de salud, cuenta que, frente a ese tipo de situaciones, detectaron que la entrega de kits de higiene era una necesidad primaria para las personas a las que atendían. “Las toallas menstruales, los pañitos íntimos y los protectores diarios les ayudaban a transitar dignamente su camino. Y el hecho de que pudieran acceder a un baño en nuestros consultorios era un aspecto sumamente reconfortante para que lograran sentirse mejor”, explica.

Además, la gran mayoría de mujeres que requerían atención en el puesto sanitario lo hacía por infecciones vaginales, como cervicitis, infecciones urinarias o inflamaciones pélvicas, pero también, se realizaban pruebas de embarazo, se les brindaba atención durante su etapa gestacional y orientación e información general sobre su salud sexual y reproductiva. Asimismo, a los hombres y a la población LBGTIQ+ se les atendía en su cuidado de órganos sexuales y en la entrega de anticonceptivos. “Muchas personas querían realizar una planificación y tener una vida sexual sin riesgos, ya sea si estaban en el camino como si estaban asentadas”, dice Mónica Gonzalez Gutierrez, también obstetra de MSF.

La entrega de métodos anticonceptivos era otra de las necesidades en esta zona fronteriza. “Nos solicitaban alternativas de cuidado de larga duración, como implantes e inyecciones anticonceptivas, o también, pastillas orales ya que se les dificultaba adquirirlos a causa de los robos que sufrían en el camino o porque les era imposible acceder al no contar con un sistema integral de salud”, recuerdan ambas integrantes que formaron parte del equipo de salud sexual y reproductiva.

 

El síndrome de la valija

Hacer algo por una única vez, a veces, puede parecer poca cosa. Pero todo cambia si se tiene en cuenta el contexto. Al igual que el resto de sus colegas, David Ramírez, médico de la clínica de MSF, coincide en que es un desafío atender a personas que se encuentran de paso, no solo porque en la mayoría de las ocasiones se las puede asistir una sola vez, sino también por el tiempo que se dispone para ello, ya que les urge seguir camino. Tiene que realizarse un muy buen análisis para llegar a un diagnóstico asertivo y darle el tratamiento que impida que la persona vuelva a residir en la enfermedad que lo aquejaba.

Entre las patologías más comunes por las cuales recibían atención médica quienes se encontraban en tránsito por este paso fronterizo, estaban las infecciones respiratorias, las diarreas y las cefaleas, causadas generalmente por el mismo estrés del viaje. “Pero también -explica el médico – sufrían dolores musculares o de articulaciones debido al excesivo peso que llevaban, puesto que suelen transportar en sus hombros todas sus maletas con pertenencias o llevan a sus hijos en brazos”.

MSF brindó atención a personas migrantes en Perú
Andy Olivos, integrante del equipo de promoción de la salud de MSF brindó orientación y asesoramiento acerca de cuidados sanitarios a personas migrantes. © Lisa Mena/MSF

 

Kevin, de 26 años, viajaba junto a su hijo, su esposa, su primo y más mochilas de las que podía cargar. Ellos eran del estado de Lara, de Venezuela, pero en 2017 viajaron a Perú para conseguir un empleo. Si bien al principio lo consiguieron, con los años y al agrandarse la familia, su situación cambió y decidieron regresar a su país natal. “Vinimos hasta el puesto porque necesitábamos medicinas y refrescarnos para poder continuar poco a poco”, contó. “Volver al cariño familiar es lo que más anhelamos; hace 6 años que no veo a mi mamá, a mis abuelos ni a mis tíos, aún no conocen a mi hijo”.

En cambio, para los pacientes asentados en Tumbes, era posible realizarles un control y un seguimiento de su enfermedad aguda o crónica. En este caso, las que generalmente observaba el médico eran la diabetes, asma, hipertensión, tuberculosis y VIH.

“Al final, lo que buscábamos era que durante el tiempo que estuvieran con nosotros, aunque fuera cortito, recibieran la mejor calidad y calidez de atención, y el tratamiento más adecuado en el momento en que lo necesitaban”, sostiene la coordinadora médica de MSF. “Si avanzaban hacia otro punto, también los orientábamos y referíamos para que pudieran acceder a la atención sanitaria. Y si en algún momento necesitaban volver con nosotros, sabían que siempre podían volver”.

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