Samos, Grecia: “Sólo podemos ayudar a nuestros pacientes a sobrevivir”

Samos new centre

El 18 de septiembre, la Unión Europea y el gobierno de Grecia inauguraron un nuevo centro para solicitantes de asilo en un lugar remoto llamado Zervou, en la isla griega de Samos. No cabe duda de que este nuevo centro solo deshumanizará y marginará aún más a personas que buscan protección en la Unión Europea (UE).

Por Eva Papaioannou, Eva Petraki y Betty Siafaka, psicólogas que forman el equipo de salud mental de MSF en la isla de Samos, Grecia.

El 18 de septiembre, la Unión Europea y el gobierno de Grecia inauguraron un nuevo centro para solicitantes de asilo en un lugar remoto llamado Zervou, en la isla griega de Samos. No cabe duda de que este nuevo centro solo deshumanizará y marginará aún más a personas que buscan protección en la Unión Europea (UE).

Se han gastado millones de euros en la construcción de esta instalación que cuenta con vallas de alambre de púas de grado militar y sistemas de vigilancia avanzados. Todo esto para detener a personas cuyo único 'delito' es buscar seguridad y estabilidad. Además de los rechazos masivos de solicitudes de asilo, este nuevo centro es otro símbolo del rechazo total a las personas refugiadas y de su derecho a solicitar asilo. 

Desde hace meses, las y los pacientes en nuestra clínica de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Samos acuden a sus citas con el temor de que se les encierre en el nuevo centro, sintiéndose completamente abandonados e indefensos. Para quienes sobrevivieron a la tortura, el nuevo centro altamente controlado no solo significará la pérdida de libertad, sino también revivir las experiencias traumáticas del pasado.

La mayoría de nuestras y nuestros pacientes de salud mental en Samos presentan síntomas de depresión y trastorno de estrés postraumático. Entre abril y agosto de 2021, un sorprendente 64 por ciento de nuevos pacientes que llegaron a nuestra clínica de salud mental presentaron pensamientos suicidas, y el 14 por ciento estaban en riesgo real de suicidio.

Como psicólogas que trabajamos con las personas que están en la primera línea de las políticas migratorias más estrictas de Europa, diariamente atestiguamos el deterioro de su bienestar físico y mental. La apertura del nuevo campo-prisión cambia la identidad colectiva de las personas refugiadas, su autoestima e imagen: su dignidad. Europa les está destrozando.

¿Qué quieren que le digamos a un joven que, aunque no ha cometido ningún delito, se ve obligado a permanecer encerrado en un centro parecido a una cárcel? Uno de nuestros pacientes, un joven de 19 años de Malí, que lleva dos años atrapado en Samos, fue obligado a abandonar su casa hace unos años porque estaba siendo torturado. Comenzó su viaje a Europa con la esperanza de una vida mejor y un lugar seguro.

Pero ahora experimenta una frustración extrema y duda de su propia existencia. Sus preocupaciones por el nuevo centro ya han provocado una serie de reacciones psicoemocionales. ¿Por cuánto tiempo más podrá verse a sí mismo soportando todo este dolor y frustración? Cuando le preguntamos qué le gustaría tener, su respuesta es: “Mi libertad. Hasta ahora fui un refugiado, ahora también voy a ser un prisionero”.

 

 

La incertidumbre, el desprecio total por la vida humana y la falta de protección efectiva para las personas solicitantes de asilo, plantean serias preguntas que las autoridades griegas o europeas no responden. ¿Cuál es el resultado de todo esto? Los síntomas depresivos y de estrés de nuestras nuestros pacientes se deterioran cada día.

Felicite*, una paciente psiquiátrica en nuestra clínica desde febrero de 2021, es una sobreviviente de la mutilación genital femenina, un matrimonio infantil forzado a los 14 años y violencia física y sexual extrema durante muchos años por parte de su esposo, 30 años mayor que ella. Es una víctima reconocida de la trata de personas, y ahora lleva dos años en Samos.

Su solicitud de estatus como refugiada ya ha sido rechazada en dos ocasiones, por lo que no tiene acceso a los servicios básicos que se brindan dentro del campo, como los alimentos. Lleva cuatro meses esperando una nueva decisión sobre su posterior solicitud de asilo. Se pregunta, con razón,: "¿Me moriré de hambre?".

Para las personas que sufren estas violentas políticas migratorias, la apertura de este nuevo centro marca un 'final': el final del sentido de la vida, de su paciencia, de cualquier libertad rudimentaria que tuvieran. El fin de cualquier oportunidad de participar en actividades 'normales', como ir a pasear por la playa o a la plaza con sus hijos, o al supermercado de la ciudad.

Nos avergonzamos de Europa y de los valores que dice tener, que no parecen aplicarse a nuestras y nuestros pacientes aquí en Samos. ¿Qué tan fácil sería cambiar esta narrativa y dar un nuevo significado a la vida de cientos de personas que buscan protección internacional en Europa, si hubiera voluntad política y respeto por la dignidad humana?

Como psicólogas, todos los días escuchamos las singulares trayectorias personales de las víctimas; admiramos su capacidad de resiliencia y estamos para brindarles un espacio seguro, para permitirles apoyarse en alguien y compartir sus miedos y ansiedades sobre lo que ya sucedió y lo que les depara en el futuro.

Pero mientras se repitan los mismos errores y las mismas políticas que han creado este sufrimiento, no podremos ayudar realmente a estas personas. Simplemente nos quedaremos aquí y continuaremos enseñando a nuestras y nuestros pacientes a sobrevivir. No a vivir ni a cerrar sus heridas, solo a sobrevivir.

Para poder ayudar eficazmente a nuestras y nuestros pacientes, Europa y Grecia primero deben garantizar alternativas dignas a los campos, permitir el acceso a un procedimiento de asilo justo y digno, y garantizar una atención sanitaria adecuada y adaptada a las necesidades de las personas que huyen de la violencia, los conflictos y el trauma.

 

* El nombre ha sido cambiado.

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