Siria: “Cuando llegamos al hospital, me esposaron y dijeron ‘déjenlo morir ahí’”

Para la población que vive en Raqqa, quedarse no es una opción. Los combates, cada vez más intensos, hacen que se jueguen la vida con tal de salir de allí. La historia de Mohamed refleja el terrible precio que tuvo que pagar para escapar.

Para la población que vive en Raqqa, quedarse no es una opción. Los combates, cada vez más intensos, hacen que se jueguen la vida con tal de salir de allí. La historia de Mohamed refleja el terrible precio que tuvo que pagar para escapar.

A medida que los combates para controlar Raqqa se intensifican,  la situación en la que viven los residentes de la ciudad se vuelve cada vez más insostenible.
 
Durante seis años de guerra han sufrido bombardeos, combates y persecuciones y han sido testigos de decapitaciones públicas y otras barbaries. Durante los últimos meses, miles de personas han arriesgado sus vidas tratando de esquivar puestos de control (o de alcanzar los de las Fuerzas Democráticas Sirias) y atravesando campos minados para llegar a zonas más seguras.
 
Muchos de los sirios que vivían en Raqqa huyeron de la ciudad a principios de 2013, cuando comenzaron los combates entre los grupos de oposición y los ejércitos del Gobierno de Siria. En los últimos años, con el Estado Islámico (EI) controlando la ciudad y con ataques aéreos casi diarios, las posibilidades de salir de allí se han visto enormemente reducidas.
 
 Aún así, para muchos, quedarse en la ciudad no es una opción válida y eso hace que se jueguen la vida con tal de salir de allí.
 
Mohamed*, residente de Raqqa de 35 años, logró salir hace poco. En el siguiente testimonio describe cómo fue su tortuoso viaje, las personas que encontró por el camino y el terrible precio que su familia ha tenido que pagar para poder escapar.
 

“Norte de Siria, febrero de 2017.

 
Vivía en la ciudad de Raqqa. Las líneas de combate estaban acercándose cada vez más en los últimos meses y los ataques aéreos sobre la ciudad no hacían más que aumentar, así que decidí escapar. Un día, mientras trabajaba en el mercado, alguien me contó que, si quería huir, debería  acercarme a las tiendas de los agricultores, esconderme, y luego emprender camino hacia el norte con alguno de los coches que salían de allí.
 
Al día siguiente, recogí a mi mujer y a mis cuatro hijos y fuimos hasta el lugar del que me habían hablado. Aquella gente se portó muy bien con nosotros: nos dieron de comer y nos dejaron quedarnos a dormir con ellos.
 

Abandonados y sin dinero

 
Al día siguiente, encontramos un hombre que prometió llevarnos en coche hacia el área controlada por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS). Acordé con el conductor darle 100,000 libras sirias (unos 440 euros) -todo el dinero que tenía- para llevarnos de contrabando hasta allí. Pero, una vez cerrado el trato e iniciado el camino, nos obligó a bajar del coche, nos abandonó en la carretera y se fue.
 
Después de un buen rato tirados, vimos a un anciano y a una mujer que viajaban en una moto. Venían en nuestra dirección (también estaban planeando escapar, me dijeron), así que les paré y les pedí ayuda. El hombre me prestó su moto para trasladar a mis hijos hacia el norte del punto de control del FDS. Decidí llevar primero a mi hijo mayor y a mi hija mientras el resto de la familia iría avanzando a pie por el mismo camino hasta que yo pudiera volver a buscarles. Tan solo llevábamos unos 100 metros recorridos, cuando de pronto la moto pasó por encima de una mina y los tres saltamos por los aires.
 
Mi mujer comenzó a gritar desesperada, corriendo hacia nosotros. Mi hijo estaba inconsciente y tenía heridas en la frente; mi hija en los ojos y yo en la barbilla, el cuello y las manos. Cogí a mi hijo mientras mi mujer sujetaba a nuestra hija. Esperamos a que pasara un coche –cualquier coche, me daba igual quien fuera- por el camino. Vi a mi hijo morir entre mis brazos. Murió y tuve que abandonar su cuerpo allí.
 
Estaba a punto de desmayarme cuando un coche pasó y nos llevó hasta un médico que había en el pueblo de Mazrat Tisrín (a 23 kilómetros al noroeste de la ciudad de Raqqa).  El médico nos dijo que necesitábamos ir a un hospital, que él no tenía medios para ayudarnos allí, así que volvimos a la ciudad de Raqqa.
 

Médicos atemorizados

 
Cuando llegamos al hospital de Raqqa, un miembro del Estado Islámico se negó a dejar que nos atendieran. A pesar de que estaba sangrando, me esposaron y dijeron: 'Déjenlo morir ahí’. Después de dos horas en los que casi desfallecí, le hice un gesto a un doctor para que por favor me ayudara (no podía hablar por culpa de la sangre que corría por mi cuello). El doctor se puso a llorar, pero no vino a atenderme. Creo que tenía miedo de ser asesinado si no seguía las órdenes.
 
Después de un tiempo, un comandante vino y le dijo al médico que estaba autorizado a tratarme, así que me llevaron corriendo al quirófano. En ese momento, llegó un miembro herido del Estado Islámico y el médico fue llamado para que fuera a atenderlo de inmediato. Volví a quedarme solo. Después de un rato, el médico regresó y siguió atendiéndome. Me pidió disculpas y me dijo que por favor no revelara a nadie que me había tratado él. Creo que lo que le pasó a él es un denominador común allí: los médicos tienen mucho miedo a lo que pueda pasarles.
 
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Estuve en el hospital durante tres días. Mi nuevo amigo venía frecuentemente a verme y me preguntaba cómo me encontraba. Cuando supo de mi situación, creo que se apenó de mí y me dio un poco de dinero.
 
Después de unos pocos días, volví a casa y retomé mi trabajo en el mercado. No me quedaba otra. La gente sabía lo que me había ocurrido (cómo había muerto mi hijo y cómo mi hija había resultado herida), pero casi nadie decía nada. Un día, un hombre vino al mercado y me ofreció su ayuda para huir a un sitio seguro en el norte. No estaba seguro si debía confiar en esa persona, pero el hecho de que me diera su dirección me tranquilizó. Me prometió que conseguiría llevar a mi familia hasta el norte de forma segura y completamente gratis. Según él, sólo quería ayudarme.
 
Ya no tenía nada que perder, así que al día siguiente fuimos hasta la ubicación que nos había facilitado. El hombre era de verdad una buena persona: nos llevó fuera de la ciudad evitando varios puntos de control y nos detuvimos en casa de su madre un rato. Le conté mi historia a aquella mujer y ella comenzó a llorar.
 

“Cuando llegamos rompí a llorar”

 
Me dijo que no me preocupara, que allí estaba seguro y que ellos nos iban a cuidar. Le pidió a su hijo que por favor se asegurara de que mi familia y yo llegáramos al puesto de control del FDS de manera segura y que no dejara que nos pasara nada malo. Cuando oscureció volvimos al coche, apagó las luces y nos fuimos hacia el punto de control.
 
Cuando nos acercamos a la garita, un hombre armado disparó dos balas en el aire. Nos detuvimos un rato y luego nos hicieron una señal con la linterna para que siguiéramos adelante. Gracias a Dios no había minas en la carretera y llegamos al puesto de control de Al Kineizat con seguridad. Cuando llegamos rompí a llorar.
 
Finalmente, llegamos a un campamento en el norte de Siria. Llevamos viviendo aquí desde hace un mes. El campamento es seguro, por lo menos aquí no tememos por nuestra vida, pero estoy en una mala situación económica. A veces consigo ganar algo de dinero haciendo algún trabajillo, pero mi hija necesita un cirujano que le vea urgentemente el ojo y yo necesito que me miren mi dedo fracturado y la barbilla.
 
Cuando la situación se estabilice en Raqqa puede que volvamos; al fin y al cabo nuestra casa está allí y es el lugar donde nací, pero ahora mismo no lo considero una opción; quedarse equivale a morir entre las bombas o de un disparo."
 
Nuestros equipos dan apoyo a nueve instalaciones de salud en los distritos de Ayn Al Arab / Kobane, Tal Abyad y Manbij, y proporcionan asistencia sanitaria en una clínica en Ayn Isa, a unos 50 kilómetros al norte de la ciudad de Raqqa para personas que han huido de sus hogares debido al violento conflicto armado.
 
* Los nombres han sido cambiados por cuestiones de seguridad.
 

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