Sudán del Sur: “las condiciones de vida en el campo de Bentiu son una afrenta a la dignidad humana”

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En la localidad de Bentiu, en Sudán del Sur, 40.000 personas viven hacinadas en el campo de desplazados gestionado por Naciones Unidas. Pese a que las condiciones de vida son terribles, es el único lugar que ofrece protección a las víctimas de la guerra civil que estalló en el pasado mes de diciembre. Ivan Gayton, coordinador de emergencias de Médicos Sin Fronteras en Bentiu, explica la experiencia de las últimas semanas.

En la localidad de Bentiu, en Sudán del Sur, 40.000 personas viven hacinadas en el campo de desplazados gestionado por Naciones Unidas. Pese a que las condiciones de vida son terribles, es el único lugar que ofrece protección a las víctimas de la guerra civil que estalló en el pasado mes de diciembre. Ivan Gayton, coordinador de emergencias de Médicos Sin Fronteras en Bentiu, explica la experiencia de las últimas semanas.

En julio, el primer aguacero de la estación de lluvias inundó gran parte del recinto. El sistema de alcantarillado se desbordó y las aguas residuales anegaron más de mil refugios improvisados. Los habitantes achicaban el agua con cazos y cacerolas y aseguraban las puertas con diques de barro para tratar de impedir, en vano, la entrada de las aguas contaminadas.

Al no contar con un sistema de alcantarillado, las condiciones de vida en el campo se han vuelto terribles; una verdadera afrenta a la dignidad humana. Las aguas residuales lo cubren todo y nos llegan a la altura de la rodilla, obligando a miles de personas a dormir de pie con sus hijos en brazos, ya que no es posible tenderse en el suelo.

Más de un tercio de los refugiados son menores de cinco años. Desde mayo de 2014, hemos visto morir a más de 200 personas en el hospital de Médicos Sin Fronteras, casi todos niños y, aunque la tasa de mortalidad ha disminuido en las últimas semanas, sigue muriendo como mínimo un niño cada día.

Muchas de estas muertes son consecuencia directa de las terribles condiciones de vida del campo de refugiados, de la escasez de agua potable y de las letrinas, que son un foco de infección constante entre los niños. Es un círculo vicioso: las infecciones les hacen perder peso y la pérdida de peso a su vez los hace más vulnerables a la infección. Esto hace que los niños mueran de malnutrición aguda severa a pesar de disponer de alimentos.

Sin embargo, los habitantes no abandonan el campo; tienen miedo de salir de este kilómetro cuadrado de pantanal, protegido por un foso y un muro de adobe. Dentro de la alambrada, en condiciones extremadamente difíciles y complejas, las tropas de la Misión de las Naciones Unidas en Sudán del Sur tratan de brindar cierta protección a los refugiados. La policía miliar patrulla el campo, hay guardias por todo el perímetro y un único puesto de control permite a los civiles entrar y salir del recinto.

Fuera del campo, la tensión se corta con un cuchillo y hay soldados por todas partes. Los edificios y lugares públicos de toda la localidad están tomados por grupos de hombres armados, la actividad normal está paralizada y prácticamente no se ven civiles. La basura y los objetos saqueados se acumulan por doquier. La amenaza de nuevos ataques se palpa en el ambiente y el ruido del combate ligero se percibe en la distancia.

Los civiles que entran y salen son víctimas de la violencia y al acoso de los soldados apostados fuera del campo de refugiados, a tan solo unos metros de la entrada. Las mujeres y niñas que van a recoger leña fuera del campo están especialmente expuestas a la violencia sexual y Médicos Sin Fronteras ha tratado a varios supervivientes de estos ataques.

De las agresiones a los civiles no solo deben responsabilizarse quienes las infligen; la Misión de las Naciones en Unidad debería garantizar la protección de los civiles también fuera del campo, ya sea a través de patrullas especiales que protejan a quienes salen a por leña o instalando otro puesto de entrada y salida en la parte este del recinto, donde los refugiados dicen sentirse menos vulnerables al abuso de los soldados.

Como es comprensible, esta situación genera ira y resentimiento entre los desplazados. Aunque no es tarea sencilla, es posible drenar el campo. Para hacerlo, es prioritario poder disponer de los recursos existentes y del equipo que la Misión de las Naciones Unidas tiene en la zona, como las excavadoras. Además, en la zona hay suelo que no se está utilizando, por lo que la inmediata distribución de los terrenos menos susceptibles de inundarse aliviaría parte del sufrimiento de la población. Lo que está claro es que la situación actual es insostenible y seguirá siéndolo si no se toman medidas. Se debería proteger a la gente tanto de la enfermedad como de la violencia.

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