Un desierto humanitario en la República Democrática del Congo

MSF brinda atención médica en el campo de personas desplazadas de Hervé Farm en Kwamouth, RDC
Bokika Josephine, de 51 años, durante una consulta médica en el campo de personas desplazadas de Hervé Farm en Kwamouth. República Democrática del Congo, 15 de septiembre de 2022. ©Johnny Vianney Bissakonou/MSF

En agosto, tras un estallido de violencia en las provincias de Mai-Ndombe y Kwilu en la República Democrática del Congo (RDC), la jefa de misión de Médicos Sin Fronteras (MSF), Alessandra Giudiceandrea, pasó varias semanas en la región como parte de nuestra respuesta de emergencia. 

En este texto describe su conmoción al atestiguar las consecuencias de la violencia, su frustración por las dificultades para movilizar a otras organizaciones humanitarias y su malestar por el enfoque basado en la seguridad para resolver esta crisis. 

“Nadie previó lo que ocurrió en las provincias de Mai-Ndombe y Kwilu, ni siquiera nosotros. Como a todos, nos tomó por sorpresa la escala e intensidad de la violencia: personas asesinadas, casas quemadas, miles de personas desplazadas de sus hogares.

De acuerdo con las autoridades congoleñas, al menos 180 personas murieron, aunque es probable que el número real sea mucho mayor. Cabe preguntarse ¿cómo se llegó a este punto? 

Clínica móvil de MSF en el campo para personas desplazadas de Simbambéli en Kwamouth, RDC
Evariste Bayedi, enfermero de MSF, atiende a un niño en el campo para personas desplazadas de Simbambéli en Kwamouth, RDC. Septiembre de 2022. ©Johnny Vianney Bissakonou/MSF

 

La situación actual se desencadenó por una disputa de tierras, arraigada en tensiones tradicionales y administrativas prolongadas, en una zona donde viven muchas comunidades. Los incidentes localizados se convirtieron en actos de violencia indiscriminada. 

A los pocos días de nuestra llegada al territorio de Kwamouth, donde comenzaron los enfrentamientos, vimos cómo se había iniciado un ciclo de venganza, con ataques y represalias por todos lados. La violencia pronto se extendió más allá del territorio de Kwamouth. Se disparó el discurso de odio y el vecino de ayer se convirtió en ‘el enemigo’.

Como organización humanitaria, nuestro papel no es juzgar: es limitar las dramáticas consecuencias de la violencia para las personas atrapadas en ella. En la carretera Nacional 17, de camino a Bandundu, pasamos pueblos enteros que habían sido quemados hasta sus cimientos. Vimos habitantes que habían sido masacrados, sus cuerpos mutilados. Estaba claro que las mujeres, niñas  y niños no se habían salvado. A pesar de mi larga experiencia con Médicos Sin Fronteras (MSF), puedo decir que nunca te acostumbras a este nivel de violencia. 

Testimonios desgarradores 

Uno de nuestros pacientes nos dijo que, durante el ataque a su pueblo, reconoció a su vecino. Para proteger a su esposa, se vio obligado a matarlo. Los niños, ahora huérfanos, nos dijeron que habían visto cómo asesinaban a sus padres.

En el pánico que siguió a los ataques, los integrantes de familias se perdieron de vista y permanecieron sin noticias de sus seres queridos durante semanas, a menudo sin saber si estaban vivos o muertos. Violencia, ansiedad, culpa: eventos como estos crean un trauma psicológico duradero.

Como los ataques iban seguidos regularmente por saqueos, muchas de las personas que lograron huir lo han perdido todo. Actualmente, algunas de las personas desplazadas se refugian en sitios en centros urbanos como Bandundu, pero cerca de dos tercios siguen dispersos en aldeas en los límites de las provincias de Kwilu y Kwango, a veces a varias horas de camino de sus hogares.

En algunos casos han podido beneficiarse de la solidaridad de las familias de acogida, que comparten lo poco que tienen. Otras han encontrado refugio en el bosque y no se atreven a irse. Todas necesitan apoyo. 

Alessandra Giudiceandrea, jefa de misión de MSF en la República Democrática del Congo.
Alessandra Giudiceandrea, jefa de misión de MSF en la República Democrática del Congo. RDC, octubre de 2022. ©Michel Lunanga/MSF

 

Actuamos rápido para marcar la diferencia 

Médicos Sin Fronteras fue la primera organización humanitaria en enviar equipos sobre el terreno a finales de agosto. En pocas semanas, habíamos brindado cientos de consultas médicas. En barco o vehículo, transportamos a más de 20 pacientes en estado grave a Kinshasa para que recibieran atención médica especializada. 

Algunos pacientes tenían heridas infectadas desde hace semanas porque no se habían atrevido a buscar atención médica. Para nuestros equipos, llegar a estos pacientes significaba viajar con frecuencia durante cuatro o cinco horas en barco para recoger a una o dos personas. Era mucho trabajo y resultaba agotador para los equipos, pero proporcionaron un apoyo vital. 

En el transcurso de esta respuesta de emergencia, seguimos haciéndonos las mismas preguntas: ¿estamos haciendo lo suficiente? ¿Lo estamos haciendo bien? 

Más allá de la prestación de servicios sanitarios, dar testimonio es otra forma de marcar la diferencia para las personas necesitadas. Esto es precisamente lo que hemos intentado hacer durante los últimos dos meses, con el fin de incorporar a otras organizaciones humanitarias y de protección para que se pueda brindar una respuesta adecuada a esta crisis. 

 

Llegada a Kwamouth de suministros médicos para el equipo de respuesta de emergencia de MSF
Llegada a Kwamouth de suministros médicos para el equipo de emergencia de MSF, que fue transportado en barco desde Kinshasa. RDC, septiembre de 2022. ©Johnny Vianney Bissakonou/MSF

 

Mai-Ndombe es un desierto humanitario 

Lamentablemente, nuestros llamados para que se aumente la respuesta humanitaria no han sido atendidos. “No hay suficientes necesidades”, “hay muy pocos recursos”, “hay demasiada inseguridad”. Aquí, como en tantas otras áreas de la República Democrática del Congo, tratar de movilizar a los demás es agotador y frustrante. 

En las últimas semanas, los enfrentamientos se han vuelto menos frecuentes pero también más dispersos. Ahora se extienden sobre una amplia zona al norte de Kinshasa, entre el río Congo y el río Kwilu, lo que nos dificulta responder en todas partes al mismo tiempo. En los pueblos que no han sido atacados, los habitantes viven con miedo. 

La situación sigue siendo muy impredecible. La ausencia de ataques no significa que todo esté bajo control o que la vida haya vuelto a la normalidad. Las tensiones y el discurso de odio siguen estando presentes. 

Es necesario reconstruir todo el tejido social y comunitario. Las organizaciones de protección tienen un papel crucial en el establecimiento del diálogo, de la creación de conciencia sobre la protección de la población civil y de garantizar el cuidado de las niñas y niños huérfanos, entre otras cosas. 

En estas circunstancias, un enfoque de la crisis actual basado exclusivamente en la seguridad no parece ser una solución viable. Como actores humanitarios, hemos visto esto en otras partes del país asoladas por la violencia. Con demasiada frecuencia, estos enfoques ponen en peligro la prestación de asistencia humanitaria rápida, imparcial, neutral e independiente donde más se necesita. 

¿Cuánto tiempo seguirá siendo Mai-Ndombe un desierto humanitario? A más de dos meses desde que estalló la violencia, esta situación plantea preguntas importantes sobre cómo funciona el sistema humanitario en la República Democrática del Congo y sobre su capacidad para responder a la multitud de crisis simultáneas que afectan al país. Estas son cuestiones que deben abordarse con urgencia”. 

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