Mozambique: “Creían que la cámara era un arma”

Cabo Delgado: Montepuez

En abril, tras los terribles ataques en la ciudad de Palma, Amanda Bergman y Tadeu Andre* como parte del equipo de comunicación de Médicos Sin Fronteras (MSF) viajaron a la provincia de Cabo Delgado para documentar las consecuencias de la violencia y la situación humanitaria. En este texto, reflexionan sobre su experiencia.
 
Mozambique es un lugar con una naturaleza y un paisaje increíblemente bellos. Si alguna vez viajan desde Pemba, capital de la provincia norteña de Cabo Delgado, a Montepuez, la segunda ciudad más grande, verán incontables árboles baobab y las aves más hermosas, como obispos rojos de Zanzíbar y tejedores de Bertram, volando a sus anchas. Sin embargo, también verán a muchas personas caminando a lo largo de la carretera, cargando con pequeños bultos de colores que contienen sus pertenencias. Piden ser transportados, dinero o comida, y te cuentan que tienen hambre porque no han comido durante días.
 
Además de ser la provincia más pobre de uno de los países más pobres del mundo, Cabo Delgado ha sido devastada por el conflicto desde 2017. Cientos de miles de personas se han visto desplazadas y necesitan urgentemente asistencia humanitaria. Médicos Sin Fronteras ha estado trabajando en Cabo Delgado desde 2019 y, como miembros del departamento de comunicación, parte de nuestro trabajo es documentar la situación y las actividades de la organización en el país.
 
De camino a Montepuez, observamos que se estaba levantando un nuevo campo de acogida. Detuvimos el coche y, a los pocos minutos, una mujer se acercó a nosotros. Nos dijo: "Tienen que ayudarnos, tenemos hambre". Ella y su hijo estaban sentados en el arcén de una carretera, con sus pertenencias apiladas al lado, esperando un modo de transporte que los llevara hasta Pemba. Habían huido de su aldea debido a la violencia y estaban buscando un lugar donde asentarse, un lugar donde poder empezar de nuevo. Al igual que muchas otras personas, buscaban por encima de todo seguridad, pero no sabían bien dónde encontrarla y cuánto tiempo esta seguridad podría durar.
 
 
 
 
En Montepuez, los equipos de MSF ofrecen apoyo en salud mental y llevan a cabo actividades de promoción de la salud para las personas desplazadas y las comunidades que de acogida. Nuestros trabajadores comunitarios van puerta por puerta para explicar qué hace MSF y el tipo de atención disponible para la población. Los equipos evalúan la condición de las personas y comprueban si tienen síntomas de afecciones como el trastorno de estrés postraumático, algo muy común. Muchas de las personas con las que hablan nuestros equipos piden pastillas y medicamentos para el dolor de cabeza y otras dolencias, sin darse cuenta de que lo que en realidad están experimentando es la manifestación física del trauma sufrido.
 
En muchas viviendas hay hasta 30 personas bajo un mismo techo, incluyendo miembros de varias generaciones, después de que algunos desplazados acudieran a buscar refugio con parientes cercanos. El hacinamiento y la falta de alimentos, agua potable o servicios de salud son un caldo de cultivo perfecto para que haya brotes de enfermedades.
 
Mientras avanzábamos por los pastos verdes de las afueras de Montepuez, nos topamos con dos grupos de niñas y niños que asistían a una clase escolar bajo la sombra de árboles con forma de seta que les protegían de un sol inclemente. Al vernos, los niños del primer grupo nos saludaron y comenzaron a reír, probablemente extrañados de ver a extranjeros caminando por allí. Por el contrario, el segundo grupo reaccionó de manera completamente distinta. Los menores salieron corriendo y desaparecieron entre los arbustos o se escondieron detrás de los árboles.
 
Pensamos que no había nada fuera de lo normal, hasta que su maestra se acercó y nos explicó que se trataba de una clase sobre todo para niñas y niños desplazados. Por esta razón cuando vieron a Tadeu con una cámara en la mano, pensaron que era una pistola. Nos impactó que las niñas y niños reaccionaran así ante una simple cámara, algo que normalmente despierta curiosidad y alegría, como si fuera una herramienta de destrucción. Esta anécdota es una muestra del impacto que el conflicto tiene sobre las personas. Nos disculpamos por interrumpir la clase e inmediatamente guardamos la cámara.
 
 
 
 
Resulta desgarrador ver de primera mano los efectos psicológicos de la violencia. El apoyo en salud mental es una prioridad para MSF y nuestros equipos realizan actividades cada día con niñas, niños, mujeres y hombres. La mayoría ha vivido situaciones inimaginables y dolorosas y ahora están tratando de salir adelante, pero las cicatrices del trauma emocional no se curan tan fácilmente. Aquellos que no pueden expresar fácilmente su pena la muestran de otras maneras. Una de las actividades que MSF hace con niñas y niños es darles bloques de juego para construir cosas. Esto les ayuda a expresarse, pero, a menudo, lo que construyen son armas.
 
Sin un final cercano a la vista, el conflicto seguirá desplazando y traumatizando a quienes sufren la violencia. Para aquellos que han escapado, el viaje para reconstruir sus vidas acaba de comenzar y está plagado de incertidumbre. ¿Será esta nueva vida algo permanente? ¿Será tan solo un refugio temporal? Nadie lo tiene claro. Nuestros compañeros y compañeras continuarán apoyando a tantas personas como puedan. Y ojalá llegue un día en el que los niños no confundan las cámaras con armas.
 
 
*Amanda Bergman es responsable de comunicación de MSF en Mozambique y Tadeu Andre es productor multimedia digital de MSF para África del Sur. 
 
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