Ucrania: Desesperación y resistencia en el metro de Járkiv

Un médico de MSF relata las condiciones de vida en el metro de la ciudad ucraniana donde miles de personas pasan la noche a refugio de los bombardeos.

El Dr. Morten Rostrup, de Noruega, forma parte del equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Járkiv que realiza consultas médicas en las estaciones de metro donde la población busca refugio ante los bombardeos. En este texto, describe lo que vio y comparte algunas historias de las personas que conoció.

Niños y niñas que tienen miedo de dormirse, personas que sienten que no pueden respirar, pacientes con la tensión arterial muy alta que corren el riesgo de sufrir un derrame cerebral. Esta es la situación en una estación de metro de Járkiv, en el noreste de Ucrania.

"Estaba sentada en un banco frente a mí en una de las estaciones de metro de Járkiv. Desde que estalló la guerra, las estaciones de metro funcionan como refugios y miles de personas duermen en los andenes y en los vagones. La mujer había salido despedida de la cama cuando un misil impactó contra su edificio. Había visto morir a su tía a pocos metros de distancia. No podía hablar de ello, pero rompió en un torrente de lágrimas mientras estaba sentada mirando hacia abajo. Temblaba. No fue la única que buscó atención médica esa noche. Había muchos otros.

Una niña de siete años que sufría constantes pesadillas y tenía miedo de quedarse dormida. Personas que experimentaban dolores físicos que no podían explicar. Gente que sentía que no podía respirar. Una mujer con la presión arterial por las nubes que corría el riesgo de sufrir un derrame cerebral. Un anciano que me enseñó las fotos de sus tres nietos. Uno de los niños había muerto en un ataque aéreo dos días antes, los otros dos estaban en el hospital, uno de ellos gravemente herido. El padre de los niños también había muerto. El anciano había sufrido una embolia y tenía la tensión alta. No podía dormir.

He tenido muchos encuentros conmovedores con diferentes personas durante estas últimas semanas. Nuestro equipo de Médicos Sin Fronteras va de una estación de metro a otra. Por las tardes realizamos decenas de consultas médicas antes de sacar nuestros sacos de dormir y pasar la noche allí.

He visto la desesperación, la falta de esperanza, la confusión, la incapacidad de comprender cómo han acabado en esta situación: perdiendo a familiares y amigos, sus casas, el futuro que habían imaginado para sí mismos. He visto el miedo constante que experimentan muchos, y cómo algunas personas se derrumban aterrorizadas cuando el sonido de los ataques aéreos llena el aire.

 

Antes de viajar a Járkiv, pasé unos días en la ciudad de Vinnytsia, situada lejos de la línea del frente. Queríamos ponernos en contacto con psicólogos ucranianos que pudieran ayudar a las personas desplazadas —muchas con traumas psicológicos— que pasaban por la ciudad de camino a la seguridad en otros países.

Fue allí donde conocí a Olena, una psicóloga ucraniana. Durante nuestra conversación tenía la mirada perdida. Tenía familiares en la ciudad sitiada de Mariúpol y apenas había sabido cómo estaban. Me dijo que ahora no podía trabajar. Antes de la guerra, había trabajado como psicóloga clínica y trataba a pacientes con problemas personales. "Los pacientes han dejado de venir", dijo. "Los problemas que tenían antes parecen tan diminutos ahora". Mirándome, dijo: "Me alegro de conocerte. Estás muy tranquilo. No tienes el estrés ni las preocupaciones que tenemos nosotros. El hecho de que estés aquí tiene un efecto tranquilizador".

He trabajado en muchas crisis y zonas de guerra, pero nunca había oído decir tan explícitamente que nuestra mera presencia tiene un impacto tan significativo. El trabajo médico-humanitario no consiste solo en la ayuda concreta que proporcionamos en forma de medicamentos y tratamientos, sino también en la presencia de personas de otros países y en cómo se ponen al lado de la gente que está sufriendo esta crisis. Nuestra presencia puede proporcionar esperanza, paz y una sensación de seguridad. Es un símbolo concreto de que nos importa. Estamos allí como seres humanos, directamente y de cerca. No los olvidamos.

La situación en Járkiv es tremendamente complicada. Los ataques aéreos su suceden día tras día. Partes de la ciudad han sido arrasadas. La mitad de sus 1,5 millones de residentes ha huido. Hay quienes han optado por quedarse, o no pudieron escapar por falta de dinero, familiares u otros contactos, o simplemente porque eran demasiado mayores o estaban enfermos para viajar. Algunas de las personas que hemos conocido nos han dicho que prefieren morir en su propia ciudad. Suponemos que muchas de las personas más vulnerables no se han marchado. Muchos han perdido sus casas, especialmente en la parte oriental de la ciudad.

No sé cuántos pulmones he auscultado, gargantas he examinado y estómagos he palpado. No porque tuviera una fuerte sospecha de que algo estuviera gravemente mal, sino porque sabía que una revisión exhaustiva y una conversación sirven para tranquilizar a los pacientes. Sus niveles de estrés son tan altos que apenas un pequeño síntoma puede provocar una gran ansiedad en algunos pacientes. Cuando les aseguré que no les pasaba nada grave, me dieron las gracias. Vi el alivio en sus ojos. El miedo a enfermar en estas circunstancias atormenta a muchos, especialmente a los pacientes con enfermedades crónicas.

Es fácil olvidar a estas víctimas de la guerra: las personas con crecientes problemas mentales y las que viven con enfermedades crónicas. Cuando estalla un conflicto y no reciben seguimiento médico, este tipo de enfermedades pueden tener consecuencias devastadoras. Hay pacientes con enfermedades cardiovasculares, pulmonares, epilepsia, diabetes, cáncer. Algunos mueren. En algunos contextos de guerra, quizás incluso más que los que mueren por heridas causadas directamente por la violencia. Otros se ven obligados a huir a un lugar donde puedan recibir la atención médica que necesitan, preferiblemente a otro país.

Aun así, resulta alentador comprobar cómo la gente se ayuda entre sí. En cada estación de metro se han creado pequeñas comunidades. Las personas desplazadas se conocen bien entre sí. Grupos de voluntarios trabajan para proporcionar a todos comida y agua. En una de las estaciones, un estudiante de medicina dirige un pequeño ambulatorio y una farmacia. Los aseos se limpian. Todo el mundo en Járkiv contribuye a su manera. También llegan muchas aportaciones del extranjero. Vemos un sentimiento de unidad muy fuerte, pero seis semanas es mucho tiempo, sobre todo cuando no se ve una solución en un futuro próximo.

Todavía hace frío en las estaciones de metro. Parece que la primavera va a llegar tarde a Járkiv este año."

Compartir