Ucrania: dos veces desplazado y de nuevo en camino

En el amanecer del 24 de febrero en Kiev, me desperté con el sonido de las explosiones y los lamentos de las sirenas antiaéreas. Acurrucado en mi pequeño apartamento de la ciudad, me sentí enfermo de ansiedad. Supe al instante que, a partir de ese momento, mi vida y la de tantas otras personas no volvería a ser la misma. Acababa de ocurrir algo irreversible: el rayo de esperanza que muchos habíamos mantenido vivo a pesar del creciente temor a una guerra inminente había sido violentamente sofocado.

En el amanecer del 24 de febrero en Kiev, me desperté con el sonido de las explosiones y los lamentos de las sirenas antiaéreas. Acurrucado en mi pequeño apartamento de la ciudad, me sentí enfermo de ansiedad. Supe al instante que, a partir de ese momento, mi vida y la de tantas otras personas no volvería a ser la misma. Acababa de ocurrir algo irreversible: el rayo de esperanza que muchos habíamos mantenido vivo a pesar del creciente temor a una guerra inminente había sido violentamente sofocado.
 
Crecí entre las planicies y los montones de carbón de lo que hoy es el este de Ucrania. En una familia numerosa, en una casa de tres habitaciones, pasábamos muchas tardes llenas de risas mientras comíamos ensaladas Olivier y borscht. Tras estudiar en la escuela internacional de idiomas de Gorlovka, me fui de Ucrania a Estados Unidos. La tracción de mi familia me hizo volver a mi país.
 
En 2014, estalló la guerra y me vi obligado a trasladarme a Kiev, donde me registré como "desplazado interno". Poco a poco me fui adaptando a la ciudad, trabajando para organizaciones de la sociedad civil y, más tarde, participando en una coalición mundial de lucha contra la pobreza. Finalmente, me dirigí a Médicos Sin Fronteras (MSF). Como MSF se centraba en mejorar el acceso a la atención sanitaria en el este de Ucrania, vi la oportunidad de mantener los vínculos con una región a la que seguía estando profundamente unido, aunque siguiera viviendo en Kiev.
 
La tragedia del este de Ucrania se ha extendido a todo el país. En muy poco tiempo, millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares. Muchas están desplazadas dentro de Ucrania y más de tres millones se han convertido en refugiados en los países vecinos. Mire donde mire a mi alrededor, hay personas que han tenido que abandonar su hogar.  
Y ahora la guerra ha vuelto, esta vez más feroz, más brutal, y con una fuerza que, me temo, nos dejará a todos marcados.
 
Ahora me encuentro de nuevo desplazado. Cuando la guerra golpeó duramente Kiev con intensos ataques aéreos y combates, tomé la dolorosa decisión de marcharme. Había permanecido en la ciudad mientras, desde el primer día de la guerra, cientos de miles de personas huían. Durante unos días, lo único que oía era el sonido desgarrador de los bombardeos, los misiles y la artillería. Entonces, un día, mis colegas me llamaron diciendo que uno de los últimos convoyes humanitarios saldría pronto de Kiev. Me entró el pánico. Sentí como si la ciudad se hubiera vaciado de vida humana. Me apresuré a meter algo de ropa en una bolsa, agarré los documentos más importantes, mi coche y salí de Kiev.
 
Ahora estoy en la carretera, en un pequeño punto en una vasta e interminable caravana de personas que se agolpan en el oeste de Ucrania. Me siento perdido y desorientado, enfadado por esta horrible guerra, horrorizado por el sufrimiento sin sentido infligido a la gente. Temo lo que viene a continuación. 
 
Aun así, me siento más afortunado que muchos de mis colegas del este de Ucrania que viven un infierno. El asedio de Mariúpol me llena de rabia; Volnovakha es una ciudad fantasma, azotada por los bombardeos. Escuelas, hospitales y casas han sufrido daños. Todo el progreso realizado en el este de Ucrania en los años transcurridos desde la guerra de 2014 está ahora en ruinas.
 
En los últimos tiempos, el este de Ucrania se había esforzado por consolidar sus instituciones y reforzar sus servicios públicos. Incluso las organizaciones de ayuda estaban dejando de brindar ayuda humanitaria para ofrecer apoyo al desarrollo. MSF había pasado de prestar servicios sanitarios directamente a apoyar el sistema de salud para mejorar el acceso a la atención sanitaria. Apoyábamos a una red de voluntarias y voluntarios de salud comunitaria para ayudar a los habitantes de aldeas remotas —muchos de ellos personas ancianas—  a recibir diagnósticos, tratamientos rápidos y les asistíamos para obtener medicamentos en las farmacias.
 
En un panorama que ha cambiado drásticamente, el trabajo que hacía antes con MSF ya no es posible. Muchos de mis colegas se encuentran en la misma situación. Pero incluso en las circunstancias más difíciles, han hecho lo indecible para proporcionar asistencia médica de emergencia. 
 
Quiero hacer más para apoyar. Pero estoy atrapado en una vorágine en la que las certezas habituales de la vida se han derrumbado a mi alrededor. Hará falta una gran resistencia para recuperarnos de la enorme fuerza de lo que nos ha golpeado.
 
* Aleksandr Burmin (nombre modificado) fue miembro del personal de MSF en Ucrania
*El relato personal de Aleksandr no refleja una posición oficial de MSF.
 
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