Salud pediátrica

Zamfara, departamento pediátrico
2019, Zamfara, Nigeria.© Benedicte Kurzen/NOOR

Nuestras consultas y salas de hospitalización están llenas de niños: dos terceras partes de nuestros pacientes son pediátricos.

Según la Organización Mundial de la Salud, en 2016 murieron 5,6 millones de niños menores de 5 años en el mundo, principalmente debido a las complicaciones en el embarazo o el parto, las infecciones respiratorias agudas, las anomalías congénitas y la diarrea.
A pesar de la importante reducción de las muertes infantiles –en 2016 murieron 7 millones menos de niños que en 1990–, se ha avanzado muy poco en la reducción de la mortalidad neonatal, es decir durante el primer mes del vida del bebé: un 46% de las muertes de menores de 5 años se dan en este periodo. A partir del primer mes de vida y hasta los 5 años, las principales amenazas son las infecciones; las principales son la neumonía, la diarrea y la malaria.

Atendemos a la población más vulnerable

Nuestras consultas y salas de hospitalización están llenas de niños: dos terceras partes de nuestros pacientes son pediátricos.
Según el contexto, definimos el grupo de edad al que nos dirigimos. En la mayoría de nuestros proyectos en África, tenemos intervenciones dirigidas a los niños menores de 2 años, el grupo más vulnerable en este contexto. En Medio Oriente, cada vez tenemos más adolescentes en nuestras consultas; por ejemplo, en los Territorios Palestinos Ocupados, más del 50% de las personas a las que atendemos en el proyecto de salud mental tienen menos de 18 años. También en América Latina, donde trabajamos en contextos de violencia en México y Colombia, vemos más y más adolescentes entre nuestros pacientes.

Neonatología: ¿qué cuidados proporcionamos?

Los bebés neonatos son más vulnerables y por ello necesitan mayor atención. La mayor parte de los fallecimientos se producen durante la primera semana de vida y casi el 80% de la muertes prenatales se deben a tres causas: complicaciones debidas al nacimiento prematuro, asfixia e infecciones.
En nuestros proyectos hemos desarrollado acciones específicas para abordar estos tres problemas. Por ejemplo, limpiar el cordón umbilical con clorexidina para evitar infecciones, administrar esteroides a los bebés prematuros o impartir formaciones sobre reanimación al personal de los Ministerios de Salud. Hemos comprobado que, con paquetes preventivos y curativos simples, podemos reducir drásticamente la tasa de mortalidad neonatal.

La atención al niño empieza con la madre

Entre el primer mes y los 5 años de edad, la mayoría de muertes se producen antes de los 2 años. Por eso es importante centrar las intervenciones en los primeros 1.000 días de vida del niño: desde la concepción hasta los 24 meses. Además, la probabilidad de supervivencia del niño se reduce mucho cuando la madre fallece en el parto, y si es el bebé quien no lo consigue, lo más probable es que la madre vuelva a quedar embarazada demasiado pronto, con los riesgos que ello supone.
Dentro de la atención preventiva, una de las actividades más eficaces es la vacunación, porque previene enfermedades graves que pueden ser discapacitantes o mortales para los niños, como la difteria, el tétanos, la tosferina, la hepatitis B, el sarampión, la neumonía, la poliomielitis o el rotavirus. Asimismo, trabajamos para prevenir la desnutrición (más de la mitad de las muertes de menores de 5 años se deben a causas relacionadas con esta enfermedad) y la transmisión del VIH de madre a hijo.

Servicios específicos para adolecentes

En muchos de nuestros proyectos de salud sexual y reproductiva, atendemos a cada vez más adolescentes, por lo que estamos trabajando para dar servicios específicos a este grupo de edad, incluyendo planificación familiar y atención a la violencia sexual. Asimismo, estamos adaptando nuestras intervenciones en salud mental y VIH para dar un servicio más adecuado a esta franja de edad.
Los niños no son adultos en pequeño: requieren cuidados particulares propios de su edad. En muchos casos, nos encontramos con graves carencias en los métodos de diagnóstico y los medicamentos infantiles, así como en la mayoría de la tecnología necesaria para tratarles. Por ejemplo, no existen equipos de monitoreo adaptados al uso pediátrico.
Otro reto importante es falta de recursos humanos capacitados en la mayoría de los contextos donde trabajamos y la falta de guías, documentación o formación que podrían suplir en parte esta carencia de personal.

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